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miércoles, 19 de febrero de 2025

El silencio de los condenados

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El silencio de los condenados
La noche de las máscaras

El viento silbaba una lúgubre melodía entre las ruinas de la ciudad olvidada. Las casas, esqueletos de piedra y mortero, clamaban al cielo un silencio eterno. El aire, denso y frío, olía a tierra húmeda y a algo más… a un metal fétido, como sangre oxidada. Y allí estaban ellos, una multitud silenciosa y oscura que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Miles, quizás millones de figuras encapuchadas, cada una con una máscara de metal negro que ocultaba su rostro, excepto por dos puntos brillantes: ojos rojos, ardientes como brasas infernales.

El miedo no era un susurro, sino un rugido sordo en los oídos. No había gritos, solo el crujir de las piedras bajo sus pies, el raspar de miles de capas oscuras rozándose entre sí. Eran una legión de sombras, un ejército de pesadilla, moviéndose como un solo ser, con una siniestra precisión. Avanzaban sin prisa, sin vacilación, como si supieran hacia dónde iban y qué debían hacer.

Había rumores, murmullos que corrían de boca en boca en los pueblos vecinos, en los remotos asentamientos que todavía conservaban un resquicio de vida. Hablaban de un culto antiguo, una secta olvidada que adoraba a una entidad oscura y poderosa. Hablaban de sacrificios, de rituales que rompían las barreras entre el mundo de los vivos y el abismo infernal. Y decían que esta legion era la prueba de su poder.

Me encontré con ellos por accidente. Estaba buscando mi hermano, desaparecido hacía semanas. Lo buscaba desesperadamente, por los caminos desolados, guiado por una oscura intuición, una esperanza que se debilitaba con cada paso. Y lo encontré, a él y a muchísimos más, en el centro de aquella multitud inhumana. No puedo describir el horror que vi: sus rostros, distorsionados por el terror, sus ojos desorbitados, la vida drenándose de sus cuerpos. Sus ropajes estaban manchados de una sustancia oscura, viscosa, que parecía moverse por sí sola.

Intenté huir, pero era imposible. Me encontré rodeado, atrapado en un mar de máscaras, en un laberinto de oscuridad. Los ojos rojos, cientos, miles, me acechaban desde la oscuridad, fijándose en mí, quemándome con su intensidad infernal. Sentí su fría respiración en mi cuello, un aliento gélido que congelaba el alma.

Escuché un susurro, un sonido que resonaba en mi interior, un susurro que vibraba en los poros de mi piel. No eran palabras, sino una sensación, un terror primordial. Una certeza que se incrustaba en mi mente: no había escapatoria. No había salvación. Solo había… la oscuridad.

Luego, nada. El silencio. Un silencio profundo, eterno, interrumpido solo por el susurro del viento silbando entre las ruinas… y el latido sordo, monótono, de miles de corazones malignos.

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