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| Madre de la mirada vacía |
La iglesia de San Rafael siempre había sido un lugar de paz y devoción, pero esa noche algo cambió. La monja que solía rezar en el coro, conocida por su mirada compasiva y su sonrisa cálida, parecía haber desaparecido. En su lugar, una figura sombría, vestida con el hábito habitual, se encontraba de pie frente al altar, con los ojos vacíos y sin vida.
Los fieles que entraron esa noche sintieron un escalofrío recorrer sus espinas dorsales. La monja no levantó la vista ni pronunció palabra alguna, solo permaneció allí, como una sombra atrapada en un tiempo que no le pertenecía. Los que se atrevieron a acercarse notaron que su mirada, antes llena de misericordia, ahora reflejaba una profunda negrura, como si algo oscuro hubiera tomado posesión de su alma.
Al amanecer, la comunidad comenzó a murmurar historias de una presencia inquietante en la iglesia. Algunos decían haber visto la silueta de la monja en los pasillos, con ojos que parecían mirarlos desde la sombra, vacíos y sin vida. Otros afirmaban escuchar susurros en la noche, voces que clamaban por ayuda y quejidos que parecían provenir de la misma pared.
Se rumoró que la monja había sido víctima de un antiguo ritual prohibido, una invocación que salió mal y que dejó su espíritu atrapado en un estado de eterna vigilia. Ahora, su figura espectral vaga por los rincones del templo, con la mirada vacía que refleja la condena de un alma perdida en la negrura de lo desconocido.
Nadie sabe qué fue de ella realmente, pero en cada rincón de la iglesia, en cada susurro del viento, se siente su presencia silenciosa, vigilando desde la sombra, con la mirada vacía que nunca vuelve a llenarse de luz.
