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| El tren de la muerte |
Se decía que, cada noche de luna llena, un antiguo tren aparecía en la estación abandonada, envuelto en una niebla espesa y fría. Los habitantes del pueblo contaban historias aterradoras sobre aquellos que se atrevían a abordarlo; jamás regresaban.
Una noche, un grupo de jóvenes, impulsados por la curiosidad y el deseo de desafiar el miedo, decidió investigar la leyenda. Armados con linternas y un par de botellas de cerveza, se dirigieron a la estación. El aire era denso, y el silencio era interrumpido solo por el crujir de las hojas bajo sus pies. Al llegar, encontraron el andén cubierto de hierbas crecidas y polvo, pero algo en el aire les decía que no estaban solos.
De repente, el sonido de un silbato resonó en la oscuridad. Los jóvenes se miraron entre sí, sus rostros pálidos y llenos de incertidumbre. A lo lejos, una luz parpadeante apareció, y el ruido de ruedas chirriantes se hizo más fuerte. El tren, viejo y desvencijado, emergió de la niebla, sus ventanas opacas y su carrocería cubierta de óxido.
"Vamos, solo es un tren", dijo Lucas, intentando ocultar su miedo. Con un empujón de valentía, se adentraron en el vagón de carga. El interior era frío y olía a moho. Las luces parpadeaban, y las sombras danzaban a su alrededor. De pronto, la puerta se cerró de golpe tras ellos, como si una fuerza invisible la hubiera empujado.
El tren comenzó su trayecto, pero no hacia ningún lugar conocido. El paisaje afuera se transformaba en una oscuridad abrumadora, y el sonido del tren resonaba como un lamento en la noche. Los jóvenes se dieron cuenta de que no estaban solos en el vagón. Figuras espectrales se asomaban entre las sombras, sus rostros distorsionados por el sufrimiento y el terror.
"¿Qué es esto?", susurró Ana, con la voz temblorosa. "¿Son… almas en pena?"
Una de las figuras se acercó, su mirada vacía y su rostro pálido. "Este tren no lleva a la vida", murmuró con un eco que heló la sangre de los jóvenes. "Nosotros somos los perdidos, los que intentaron escapar y quedaron atrapados aquí por la eternidad".
El tren siguió avanzando, mientras las figuras comenzaban a rodearlos, susurros de advertencia llenando el aire. "No podemos quedarnos aquí", gritó Lucas, pero la puerta seguía cerrada, y el miedo se apoderaba de ellos. La atmósfera se volvía cada vez más opresiva, y la desesperación llenaba sus corazones.
De repente, el tren se detuvo con un chirrido ensordecedor, y las luces se apagaron por completo. En la oscuridad, los jóvenes podían sentir la respiración helada de los espíritus a su alrededor. "Debes elegir", dijo una voz susurrante. "¿Te quedarás aquí con nosotros, o te arriesgarás a salir y enfrentar tu destino?"
Ana, temblando, tomó la mano de Lucas. "No podemos quedarnos", dijo con determinación. Con un esfuerzo, comenzaron a buscar la puerta. Finalmente, la encontraron y, con un empujón, la abrieron. La luz de la luna los envolvió, y, al saltar, se encontraron de nuevo en la estación, el tren desaparecido en la niebla.
Al volver al pueblo, los jóvenes nunca hablaron de lo ocurrido. Sin embargo, cada luna llena, podían escuchar el lejano silbido del tren, recordándoles que algunas leyendas son más que simples cuentos; son advertencias de lo que acecha en la oscuridad, esperando a que alguien más se atreva a acercarse al "Tren de la Muerte".
