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sábado, 15 de marzo de 2025

Viene de noche

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Viene de noche
Viene de noche

Era una noche de luna llena en el pequeño pueblo de San Verano, un lugar donde las leyendas y los susurros de antaño parecían cobrar vida con cada sombra que danzaba bajo la luz de la luna. María, una joven de diecisiete años, había escuchado historias sobre seres oscuros que merodeaban en las noches de plenilunio, pero siempre las había considerado simples cuentos para asustar a los niños.

Esa noche, María se encontraba sola en casa. Sus padres habían salido a visitar a unos amigos, y ella había decidido quedarse para estudiar. La habitación estaba iluminada por la tenue luz de la lámpara que parpadeaba, y el sonido de las hojas moviéndose con el viento resonaba en el aire. A medida que la luna se alzaba en el cielo, la atmósfera se tornaba cada vez más inquietante.

De repente, un escalofrío recorrió su espalda. Miró hacia la ventana, sintiendo una inexplicable necesidad de asomarse. Cuando lo hizo, se encontró con un espectáculo que le heló la sangre. Allí, en el jardín, la luna iluminaba la figura de un hombre, o lo que parecía ser un hombre. Su piel era pálida como la cera y sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural. Una sonrisa siniestra se dibujaba en su rostro, revelando colmillos afilados.

María retrocedió, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. ¿Acaso era una alucinación? Intentó convencerse de que todo estaba en su mente, pero la figura seguía allí, inmóvil, observándola. La inquietante sensación de ser acechada la envolvió, y decidió cerrar la ventana. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, el extraño la llamó con una voz profunda y seductora.

—María, ven aquí. No tengas miedo.

Su voz era envolvente, como un canto hipnótico que la atraía. A pesar de su instinto de huir, algo dentro de ella lo deseaba. Se acercó a la ventana, incapaz de resistirse.

—¿Quién eres? —preguntó, intentando mantener la calma.

—Soy el que viene de noche, el que trae oscuridad y secretos —respondió, su sonrisa ensanchándose—. He venido a mostrarte lo que hay más allá de esta realidad.

El aire se volvió frío, y María sintió un tirón en su alma, una mezcla de terror y fascinación. Se dio cuenta de que no podía apartar la mirada de aquellos ojos que la hipnotizaban. El demonio, como ella lo había apodado en su mente, extendió una mano hacia ella.

—Deja que te muestre el verdadero poder que resides en ti. Todo lo que deseas está al alcance de tu mano.

María, en un instante de locura, sintió que su vida en el pueblo era una prisión. El deseo de escapar, de encontrar algo más allá de lo que conocía, la abrumó. Con un movimiento casi involuntario, abrió la ventana.

El demonio entró en su habitación, y la oscuridad se espesó alrededor de ellos. La luz de la luna se apagó, como si la noche misma hubiera decidido ocultar su brillo. María sintió que el miedo y la emoción se entrelazaban en su interior.

—Juntos, podemos desatar el caos en este pueblo —susurró el demonio, su aliento frío acariciando su rostro—. Deja que te guíe.

En ese momento, María comprendió que su decisión tenía consecuencias. La figura ante ella no era un ser de luz, sino un heraldos de la perdición. Con un grito ahogado, retrocedió, pero ya era demasiado tarde. La sombra se abalanzó sobre ella, y la habitación se llenó de un eco ominoso.

Al amanecer, el pueblo despertó con la noticia de que María había desaparecido. La luna llena, que había sido testigo de su encuentro, se desvaneció tras las nubes grises. Nadie supo nunca qué había ocurrido esa noche, pero las historias de un oscuro susurro que venía de noche comenzaron a circular entre los habitantes, mientras la figura del demonio vigilaba desde la distancia, esperando la llegada de su próxima víctima.

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