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| La sombra en el Espejo |
El viento aullaba en la fría noche de noviembre, y la lluvia golpeaba con fuerza contra los cristales de la vieja casa de campo. Clara, una joven de 24 años, había decidido pasar el fin de semana en esa cabaña aislada, heredada de su abuela. La atmósfera era melancólica, pero Clara sentía la necesidad de desconectar de la rutina y recordar los veranos de su infancia.
Al caer la noche, encendió una vela y se acomodó en el salón, rodeada de muebles antiguos y fotografías en sepia que parecían observarla. Entre ellas, un gran espejo de marco dorado llamó su atención. La superficie del cristal era opaca y la imagen reflejada distorsionada, como si las sombras del pasado estuvieran atrapadas en su interior.
Mientras el reloj marcaba la medianoche, Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se acercó al espejo, y al mirarse, notó algo extraño: una sombra se movía detrás de ella. Se dio la vuelta, pero no había nadie. La sensación de ser observada la invadió, y decidió ignorar el malestar, convencida de que era solo su imaginación.
Sin embargo, esa noche, el sueño no llegó. Cada vez que sus ojos se cerraban, la sombra parecía hacerse más intensa, como si intentara comunicarse. Clara, aterrorizada, optó por mantener la vela encendida y mantenerse despierta. De repente, un susurro helado rompió el silencio de la habitación: "Ayúdame...".
Su corazón latía con fuerza mientras la oscuridad en el espejo se tornaba más densa. Clara se acercó de nuevo, y esta vez, la sombra tomó forma. Una figura delgada y etérea emergió del cristal, con ojos vacíos que reflejaban su propio miedo. "No puedo escapar", dijo la sombra, su voz resonando en la mente de Clara como un eco lejano.
Desesperada, Clara retrocedió, pero la figura se abalanzó hacia ella, atrapándola en un abrazo gélido. "Tu sangre es la clave", murmuró la sombra. Clara, petrificada, comprendió que debía hacer algo, pero el pánico la paralizaba. Con un último intento de liberarse, echó mano de un viejo libro que encontró en la mesa, y recitó una oración que había aprendido en su infancia.
La sombra se retorció, un grito silencioso resonó en la habitación, y el espejo tembló. Con un destello de luz, la figura fue absorbida de nuevo, y el espejo recuperó su opaca tranquilidad. Clara, exhausta y asustada, se alejó, sintiendo que un peso se había levantado de su pecho.
Al amanecer, la casa parecía diferente. La luz del sol entraba por las ventanas, y el aire se sentía más ligero. Sin embargo, cuando Clara se acercó al espejo por última vez, un escalofrío recorrió su cuerpo. En el reflejo, vio su propia figura, pero detrás de ella, la sombra permanecía, observando en silencio, esperando el momento en que la puerta se abriera nuevamente.
Clara salió de la casa, dejando atrás los ecos de su pasado, pero la sombra en el espejo nunca la olvidó. A veces, al mirar en un cristal, sentía que una presencia la acechaba, recordándole que las sombras nunca se van del todo.
