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sábado, 23 de agosto de 2025

El puente embrujado

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El puente embrujado

La carretera 200, un serpenteante hilo de asfalto que se aferra a la costa de Colima, es conocida por sus curvas peligrosas y su brisa salina. Pero cerca de El Colomo, hay un tramo que los lugareños prefieren evitar al caer la noche: un viejo puente de piedra que cruza un arroyo seco. Su nombre, "El Puente del Lamento", no es casualidad.


Se dice que hace décadas, durante una tormenta tropical que desbordó el arroyo, una joven pareja de recién casados, regresando de una fiesta en Manzanillo, perdió el control de su auto. El coche, envuelto en una densa niebla y el chaparrón torrencial, se precipitó al vacío desde el puente, estrellándose en las rocas de abajo. Sus cuerpos nunca fueron encontrados, y desde entonces, la leyenda se tejió con los hilos de la tragedia.


La leyenda

Manuel, un taxista que llevaba más de veinte años recorriendo la ruta, siempre se persignaba al pasar por allí. No creía del todo en fantasmas, pero el ambiente del lugar era pesado, una opresión que no tenía nada que ver con la humedad. Una noche, un viaje de última hora lo obligó a tomar el camino de la costa. La lluvia había comenzado a caer con la misma intensidad que en la noche de la tragedia.


Al acercarse al puente, la radio del taxi se apagó de repente. La estática fue reemplazada por un silencio sepulcral, solo roto por el golpeteo de la lluvia en el parabrisas. Manuel sintió un escalofrío que no provenía de la temperatura. Levantó la vista y, a pesar de la oscuridad, juró ver una figura en medio del puente.


Era una joven, vestida con un vestido blanco y manchado de lodo, con el cabello largo y oscuro pegado al rostro. La silueta parecía translúcida, casi luminosa en la oscuridad. Manuel frenó en seco, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. La mujer fantasmal se quedó inmóvil, mirando fijamente hacia el otro lado del puente.


"¡Señorita, está en peligro!", gritó Manuel por la ventanilla, su voz temblorosa. "¡Quítese de ahí!"


La figura no se movió. Manuel, sintiendo una mezcla de miedo y responsabilidad, decidió bajar del auto. La lluvia empapó su camisa en segundos. Caminó con cautela hacia el centro del puente, sus pasos resonando en el concreto.


"¿Está usted bien?", preguntó, extendiendo una mano.


En ese momento, la figura se giró. Sus ojos, vacíos y oscuros, no reflejaban nada. Su rostro, sin expresión, estaba pálido y sus labios se entreabrieron lentamente. No emitió ningún sonido, pero Manuel sintió una voz fría y desesperada directamente en su mente.


"Ayúdame. He perdido mi anillo."


Manuel retrocedió, su mente gritando que se fuera de allí. No era un alma en pena pidiendo ayuda, era algo más. El aire se hizo pesado, y un hedor a tierra mojada y algo más... algo a óxido y desesperación, lo envolvió. La figura levantó una mano temblorosa, no para pedir, sino para señalar el borde del puente.


Un escalofrío real lo recorrió. La mujer no pedía ayuda para encontrar un anillo perdido. Pedía ayuda para repetir la tragedia.


Manuel, preso del pánico, se dio la vuelta y corrió de vuelta a su taxi. Se subió y aceleró a fondo, dejando atrás la figura inmóvil en el puente. Mientras huía, no se atrevió a mirar por el espejo retrovisor, pero juró escuchar un lamento suave y desesperado en el aire.


A la mañana siguiente, Manuel contó la historia en el pueblo. Los ancianos asintieron con solemnidad. "El Puente del Lamento," susurró uno. "Hay que rezar para que no te pida ayuda, porque su ayuda no es encontrar algo. Su ayuda es para que tú la acompañes en la oscuridad."


Desde esa noche, Manuel nunca volvió a pasar por el puente después de la medianoche. Y en cada aniversario de la tragedia, los lugareños dicen que una niebla espesa y un olor a lluvia y óxido cubren el lugar, y que si escuchas con atención, puedes oír un lamento distante. No es el lamento de una mujer, sino el de un conductor, preguntándose qué pasaría si se detuviera y ayudara a la solitaria figura que espera en el Puente del Lamento.

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