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jueves, 4 de septiembre de 2025

El Eco

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Obsesionante

No es el tipo de historia que te cuentan de niño para asustarte, con cadenas arrastrándose y lamentos en la noche. No. El fantasma que habita mi casa es mucho peor. No se manifiesta con gritos ni con frío, sino con una presencia tan sutil que se confunde con mis propios pensamientos.

Al principio, era casi imperceptible. Una puerta que se cerraba sola, una sombra en el rabillo del ojo. Lo atribuí al cansancio, a la vejez de la casa. Luego, empezó a manipular las cosas pequeñas. El control remoto del televisor desaparecía, las llaves del coche no estaban donde las había dejado. Era una molestia, como un niño travieso que juega a las escondidas.

Pero el juego se volvió perverso. El fantasma, que yo he llegado a llamar El Eco, comenzó a meterse en mi mente. Al principio, era solo una idea. La repentina necesidad de revisar la estufa, aunque sabía que la había apagado. El impulso de volver a casa del trabajo para asegurarme de que la puerta estaba cerrada con llave. Era una inquietud, una semilla de duda plantada en mi cabeza.

Con el tiempo, las ideas se convirtieron en pensamientos. Ya no era solo una intuición. Era una voz. No audible, pero tan clara como la mía propia. Me decía que no confiara en mi memoria, que había olvidado algo importante. Me susurraba que estaba solo, que nadie me quería. Se alimentaba de mis miedos, de mis inseguridades.

Ahora, El Eco es un parásito. No me deja en paz. Estoy en el supermercado y me dice que olvidé mi billetera, aunque la sienta en mi bolsillo. Estoy con amigos y me susurra que se están riendo de mí. No puedo distinguir mis propios pensamientos de los suyos. El fantasma no me asusta con ruidos ni sombras. Me asusta con mis propias inseguridades, con mis propias debilidades. Me ha robado lo más importante: mi tranquilidad, mi mente. Y no sé cómo recuperarla.

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