Anunciate aqui

sábado, 27 de septiembre de 2025

El juego de las apariencias

0 comments

El juego de las apariencias

La casa se alzaba como una burla arquitectónica, un caparazón pulcro de falsa normalidad enclavado en la decadencia del barrio. Sus ventanas, ojos ciegos y brillantes, prometían un orden que se desmoronaba apenas cruzabas el umbral. Dentro, cada objeto era una trampa visual, una fachada engañosa que ocultaba la podredumbre interna. Los muebles estaban impecables, pero emanaban un hedor a naftalina y olvido.


La anfitriona, una mujer de sonrisa tensa y ojos vidriosos, se movía con una gracia macabra, ofreciendo té y galletas que nadie se atrevía a tocar. Su charla era vacía y mecánica, un monólogo automatizado sobre el clima y las frivolidades del vecindario. Pero había algo en la quietud absoluta de la casa, en el silencio ominoso que absorbía cualquier sonido, que gritaba una verdad inconfesable.


Me senté en el sofá, hundiéndome en el terciopelo que se sentía extrañamente frío y húmedo. El aire era espeso y difícil de respirar, cargado con la esencia metálica de algo que había muerto y no había sido despedido. En la pared, un retrato familiar mostraba rostros inexpresivos y pálidos, cuyas miradas parecían seguirme, jueces petrificados de mi intrusión.


De repente, un golpe seco provino del piso de arriba, un estruendo brutal que rompió el teatro de la cordialidad. La mujer no parpadeó; su sonrisa se hizo más amplia, más terrorífica. "Es solo la casa, cariño", dijo, su voz un arrullo forzado que no lograba ocultar la tensión lacerante en su garganta.


Comprendí entonces la verdadera naturaleza del lugar. No era un hogar, sino una escenografía macabra, un escenario de mentiras donde la vida se había detenido hace mucho. Los habitantes eran marionetas rígidas de una tragedia no resuelta, atrapados en una repetición eterna de una vida que ya no existía. Y yo, al entrar, me había convertido en una pieza involuntaria de su juego de las apariencias. Al levantarme para irme, sentí la presión invisible de la casa, una fuerza gravitacional que me empujaba a quedarme, a ser parte de la mentira eterna.

Relacionados

No hay comentarios:

Publicar un comentario