El cementerio de la ciudad, un océano de lápidas grises, se extendía bajo el manto de una noche sin luna. El aire era pesado, cargado con el olor a tierra mojada y a flores marchitas. La neblina, una serpiente fantasmal, se arrastraba por el suelo, envolviendo las cruces de piedra y las estatuas de ángeles con una capa helada. Mi tarea, una imprudente apuesta con los amigos del pueblo, era pasar la noche entera en este lugar, el más antiguo de la región. Era una proeza de valor que, en mi inconsciencia, había aceptado.
Un crujido rompió el silencio. No era el viento o un animal; era el sonido de un ataúd siendo abierto. Mis músculos se tensaron, el corazón golpeaba contra mis costillas con una violencia desenfrenada. Un miedo primitivo, un sentimiento de estar en el lugar equivocado, se apoderó de mí. El sonido continuó, una melodía macabra de madera y tierra húmeda, que parecía provenir del centro del cementerio. Con mis sentidos al límite, me atreví a acercarme.
Un farol tembloroso iluminaba un espacio abierto, revelando una tumba abierta y un ataúd con la tapa removida. Sobre el borde de la tumba, una criatura esquelética y demacrada se inclinaba, su figura retorcida parecía más una sombra que algo tangible. Llevaba un traje de época, desgarrado y manchado, y sus ojos eran dos cuencas vacías de pura oscuridad. No tenía un rostro discernible, solo la forma de un cráneo con una mueca de agonía. Su mano huesuda, con uñas largas y amarillentas, se extendió dentro del ataúd.
De pronto, la criatura levantó su cabeza, y una risa seca y rasposa, como si miles de huesos se molieran, llenó la noche. No era una risa de alegría, sino una carcajada llena de burla y malicia. La criatura me miró, y sentí que mi alma entera era expuesta y profanada por su mirada. Comprendí que no estaba allí para robar joyas o cuerpos, sino para profanar la paz de los muertos. Mi presencia lo había interrumpido. El miedo sin forma se apoderó de mí, haciéndome correr, tropezando con las lápidas, sintiendo el aire frío en la nuca y el eco de esa risa malvada persiguiéndome a través de la noche eterna.
