El espejo no refleja tu imagen. Refleja la verdad. Es una ventana a una realidad que prefieres ignorar. No es el cristal de plata el que miente, sino la luz que te envuelve, la misma que te oculta las grietas en tu alma. La mujer que te mira desde el otro lado, no es la que crees ser. No tiene piel suave, ni ojos vivaces, sino la calavera de un esqueleto que se disfraza en los huesos de tus aspiraciones. Su mirada, una cuenca vacía, te cuestiona y te invita a ver la verdad.
Cuando te miras en él, no ves las canas o las arrugas; ves una red de nervios que teje tu propio miedo. Cada hilo es un arrepentimiento que te amarra al pasado, una decisión equivocada que te atormenta en las noches frías. Los dientes blancos y afilados de tu reflejo son las palabras que nunca dijiste y los sueños que no perseguiste, devorando la persona que pudiste ser.
El reflejo maldito no es un monstruo que te acecha. Es un recordatorio de que tu vida es una historia de fantasmas, una historia llena de promesas rotas y de oportunidades que se pudrieron. Es la profecía de una tumba que se abrirá con el tiempo para recibir al esqueleto que ves en el espejo. Te mira fijamente, y en el silencio de la noche, su sonrisa se hace más ancha, un acto de burla cruel de tu mortalidad. La muerte de tu espíritu ya ha ocurrido; solo el esqueleto espera.
