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martes, 21 de octubre de 2025

El espejo que devoró un álma

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El espejo que devoró un álma

El espejo, un óvalo antiguo enmarcado en madera de nogal tallada con motivos grotescos, llegó a manos de Damián bajo circunstancias tan extrañas como el objeto mismo. Lo encontró en el sótano de una mansión abandonada, cuyo último habitante había desaparecido sin dejar rastro, dejando tras de sí solo un rastro de moho y una atmósfera de profunda melancolía.


Damián, un coleccionista de objetos malditos más por hobby que por convicción, se sintió inmediatamente atraído por la superficie del espejo. No reflejaba la luz; la absorbía. La imagen devuelta no era clara, sino una versión distorsionada y ligeramente más oscura de la realidad, como si una sombra permanente se interpusiera entre él y su reflejo.


Lo colgó en su estudio, una habitación con paredes de piedra y una chimenea enorme. La primera noche, notó un detalle inquietante. En el reflejo, detrás de su propia imagen, aparecía una silueta. Era alta, encorvada, con un gorro puntiagudo y una nariz prominente: la inconfundible silueta de una bruja. La figura no se movía cuando él lo hacía, permanecía estática, como una mancha negra adherida al vidrio.


Al principio, Damián pensó que era suciedad o un truco de la iluminación, pero al acercarse a limpiar la luna del espejo, la oscuridad de la silueta se hizo más nítida. No estaba en el vidrio, parecía estar dentro de él. El miedo comenzó a morderle las extremidades.


Los días siguientes se convirtieron en un ejercicio de tortura psicológica. La silueta empezó a cambiar. Primero, solo un sutil movimiento en la forma de su mano. Luego, la inclinación de su cabeza. Damián pasaba horas frente al objeto, con una fascinación que rayaba en la obsesión, tratando de descifrar el patrón de su macabra coreografía.


Una noche, mientras leía sobre leyendas de espejos que servían de portal a otras dimensiones, sintió un escalofrío que no provenía de la temperatura ambiente. Levantó la vista. En el espejo, la silueta de la bruja no solo se había movido; se había girado. Estaba de perfil, y aunque seguía siendo una mancha de negrura absoluta, Damián sintió que los ojos de la figura, dos puntos invisibles, le estaban observando.


Comenzó a tener pesadillas. Soñaba que caminaba por un pasillo interminable, cuyas paredes eran de vidrio pulido. Al final del pasillo, el espejo lo esperaba, y la figura en su interior crecía hasta ocupar todo el reflejo, su boca esbozando una sonrisa malévola y desdentada.


Decidió destruir el objeto. Tomó un pesado atizador de hierro de la chimenea. Al acercarse, sintió una presión palpable, como una mano invisible empujándolo hacia atrás. La temperatura de la habitación cayó abruptamente, un frío antinatural que le entumeció los dedos.


En ese momento, vio el cambio más drástico y terrible. La silueta se había movido hasta el borde del marco, y ahora una parte de ella, una proyección de negrura, sobresalía del vidrio. Era como tinta tridimensional flotando en el aire. La forma era la de una mano larga y esquelética.


Damián sintió que la energía se le escapaba del cuerpo. Cayó de rodillas, el atizador resbalando de sus manos. Intentó gritar, pero su voz era un croar inaudible. Levantó la mirada hacia el espejo y vio que la silueta de la bruja se había extendido por completo, engullendo su propio reflejo.


La oscuridad del espejo se agitó, y la bruja se manifestó completamente, ya no como una silueta plana, sino como una forma viva, hecha de pura sombra. La entidad se abalanzó sobre Damián, y él sintió una succión poderosa, un tirón que le arrancaba la esencia.


El espejo emitió un sonido de vidrio crujiente, pero no se rompió. En un instante, todo terminó. La oscuridad retrocedió y la silueta de la bruja volvió a su lugar en el interior del marco, estática, burlona.


A la mañana siguiente, el estudio estaba vacío. No había rastro de Damián. Los investigadores encontraron solo el espejo, intacto. Sin embargo, al examinar la superficie, notaron que ahora había dos siluetas. Detrás de la figura de la bruja, apenas perceptible, había una segunda sombra, más pequeña y borrosa, atrapada para siempre en la fría profundidad del cristal, una evidencia de que el espejo había devorado un alma. El objeto esperaba, paciente, al siguiente incauto.

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