![]() |
| El circo abandonado |
En un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, se alzaba un circo abandonado que alguna vez fue el orgullo de la región. Su nombre, "El circo de las maravillas", resonaba en los corazones de todos los habitantes, pero ahora solo quedaban vestigios de su esplendor: carpas desgastadas, jaulas oxidadas y un silencio sepulcral que envolvía el lugar.
Los rumores sobre el circo comenzaron a circular entre los jóvenes del pueblo. Se decía que, en las noches de luna llena, los ecos de risas y música se podían escuchar, y que sombras inquietantes danzaban entre las ruinas. Intrigados y aterrados, un grupo de amigos decidió explorar el circo una noche, armados solo con linternas y una valentía temeraria.
Cuando cruzaron la entrada, un escalofrío recorrió sus espinas. El aire estaba impregnado de un olor a moho y descomposición. Las carpas, destartaladas y rasgadas, parecían susurrar secretos oscuros. A medida que se adentraban, el grupo sintió que algo los observaba. Las sombras en las esquinas parecían cobrar vida, pero decidieron continuar, impulsados por la curiosidad.
Al llegar a la gran carpa central, el grupo se detuvo. En el centro, un viejo estrado aún conservaba los ecos de una actuación pasada. De repente, un rugido profundo resonó en la penumbra. Con el corazón latiendo con fuerza, se dieron cuenta de que las jaulas estaban llenas de animales, pero no eran los animales comunes que se esperaban. Eran seres deformes, con ojos brillantes y una mirada que evocaba tanto miedo como tristeza.
Una figura apareció entre las sombras: era el antiguo domador del circo, con su rostro pálido y descompuesto. "Bienvenidos a mi hogar", dijo con una voz que retumbaba en el aire. "Los animales no están muertos, están atrapados en este lugar, al igual que yo. Necesitan un alma pura para liberarse". Sus ojos brillaban con un deseo desquiciado.
El grupo intentó retroceder, pero las sombras comenzaron a moverse, bloqueando su escape. Los animales, ahora con un aura siniestra, comenzaron a aullar y rugir, como si supieran que su única oportunidad de ser libres estaba en la llegada de esos intrusos. Sin saber qué hacer, uno de los amigos, Lucía, se acercó a la jaula de un león cuya mirada parecía pedir ayuda.
"¿Qué tienes que hacer?" preguntó ella, sintiendo que el tiempo se acababa. El domador sonrió, mostrando dientes afilados. "Debes hacer un sacrificio, un acto de valentía. Solo así podrás liberar sus almas y las tuyas".
Sin pensarlo, Lucía tomó una decisión que cambiaría sus vidas. Se acercó al domador y, con una voz temblorosa, ofreció su propia libertad a cambio de la de los animales. En un instante, una luz brillante envolvió la carpa, y los animales comenzaron a transformarse, liberándose de sus ataduras y de las sombras que los mantenían cautivos.
El domador, furioso, se desvaneció en la oscuridad, y el circo comenzó a desmoronarse a su alrededor. Lucía, ahora atrapada en el lugar, sintió que una parte de su alma se unía a los animales liberados. Mientras sus amigos escapaban, ella sonrió, sabiendo que había salvado a aquellos que no podían salvarse a sí mismos.
Desde aquella noche, el circo se convirtió en un lugar de leyenda. Los que se atrevían a acercarse juraban escuchar los ecos de risas y rugidos lejanos, y algunos afirmaban haber visto sombras danzar entre las ruinas, recordando que, en el corazón del terror, siempre hay un atisbo de esperanza.
