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| La dama de los huesos |
En un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, rodeado de densos bosques y brumas eternas, existía una leyenda que los ancianos contaban a los niños para mantenerlos alejados de la oscuridad. Hablaban de la reina de las sombras, una entidad que se decía había sido una hermosa mujer que, en busca de poder, hizo un pacto con fuerzas oscuras. Desde entonces, su alma quedó atrapada en un reino de tinieblas, y su imagen se convirtió en un reflejo de lo que alguna vez fue, pero ahora solo era una sombra errante, sedienta de venganza.
La reina de las sombras se manifestaba cada vez que la luna llena iluminaba el cielo, y las noches en que su figura aparecía, el pueblo caía en un profundo terror. Las luces de las casas parpadeaban, los animales se volvían inquietos y un escalofrío recorría el aire. Los que se atrevían a mirar por la ventana en esas noches reportaban haber visto su silueta danzando entre los árboles, con ojos que brillaban como dos faros en la oscuridad.
Una noche, un grupo de jóvenes del pueblo, impulsados por la curiosidad y la arrogancia de su juventud, decidieron desafiar la leyenda. Armados con linternas y risas nerviosas, se adentraron en el bosque, decididos a encontrar a la reina de las sombras y demostrar que no era más que un mito. Sin embargo, a medida que se adentraban en la espesura, el aire se volvía más denso, y un silencio inquietante se asentaba sobre ellos.
De repente, una brisa helada recorrió el lugar, y las risas se apagaron. Los árboles parecían susurrar, y una sombra se deslizó entre ellos. Fue entonces cuando vieron su figura: la reina de las sombras, con su largo vestido negro que flotaba como humo, y sus ojos resplandecientes que los miraban con una mezcla de curiosidad y desprecio.
El miedo se apoderó de ellos, y comenzaron a retroceder, pero algo en el aire los mantenía inmóviles, como si la oscuridad misma los hubiera atrapado. La reina avanzó, y su voz, suave y seductora, resonó en sus mentes. "¿Por qué venís a perturbar mi reino?", preguntó, su tono cargado de una tristeza antigua. "¿Acaso no sabéis que aquellos que se atreven a desafiarme nunca regresan?".
Uno de los jóvenes, temblando, intentó responder, pero las palabras se ahogaron en su garganta. La Reina sonrió, una sonrisa que no era humana, y extendió su mano. Al instante, los otros jóvenes comenzaron a desaparecer uno a uno, tragados por la oscuridad que parecía devorarlos.
Desesperado, el último joven corrió, sintiendo cómo la sombra lo seguía, susurros de promesas y amenazas resonando a su alrededor. Finalmente, logró salir del bosque, pero no sin llevar consigo la marca de la Reina. Desde aquella noche, sus ojos se convirtieron en espejos de la desesperación, y su mente fue invadida por ecos de risas lejanas que nunca olvidaría.
Los ancianos del pueblo, al ver su mirada perdida y su andar errático, supieron que otro había caído en la trampa de la reina de las sombras. Y así, la leyenda continuó, alimentándose del miedo y la curiosidad de aquellos que, atraídos por la oscuridad, se atrevían a cruzar los límites del bosque. La Reina, satisfecha por su nueva presa, danzaba entre las sombras, esperando la próxima luna llena para reclamar más almas en su reinado eterno.
