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jueves, 27 de febrero de 2025

¡No lo invites a entrar!

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El Niño y el Vampiro
La sombra en la ventana

Era una noche oscura y tormentosa, cuando el pequeño Lucas se acurrucó en su cama, arropado hasta la barbilla. La lluvia golpeaba los cristales de su ventana, creando un ritmo monótono que, en circunstancias normales, lo habría arrullado. Sin embargo, esa noche, algo se sentía diferente. Una inquietud extraña lo mantenía despierto, los ojos abiertos como platos, observando las sombras danzarinas en su habitación.

De repente, un ligero crujido interrumpió el silencio. Lucas giró la cabeza hacia la ventana, y su corazón se detuvo. Allí, en la oscuridad, se perfilaba una figura alta y delgada. Era un vampiro, con ojos rojos que brillaban como brasas en la penumbra. Su rostro pálido estaba enmarcado por cabellos oscuros y desordenados, y una sonrisa siniestra se dibujaba en sus labios.

"Hola, pequeño", susurró la criatura, su voz suave y seductora como un canto de sirena. "¿No tienes ganas de jugar?".

Lucas sintió un escalofrío recorrer su espalda. “¡No lo invites a entrar!”, recordó las advertencias de su abuela, que siempre le decía que los seres de la noche solo buscaban una oportunidad. Sin embargo, la curiosidad le ardía en el pecho, y la voz del vampiro parecía prometer aventuras imposibles.

"¿No quieres conocer mi mundo?", continuó el vampiro, acercándose un poco más a la ventana. "Soy un buen amigo. Solo quiero divertirme contigo".

El niño tragó saliva, luchando entre el miedo y la fascinación. "No, no quiero jugar", respondió, intentando que su voz sonara firme. El vampiro arqueó una ceja, y por un instante, Lucas vio un destello de irritación en su mirada.

"Pero, ¿por qué no? La noche es joven y llena de maravillas. Solo tienes que abrir la ventana", insistió, acercándose aún más. La fría brisa nocturna parecía llevar consigo la promesa de secretos ocultos y emociones intensas.

Lucas se encogió en su cama, la manta temblando a su alrededor. "¡No lo invites a entrar!", repitió en su mente, mientras recordaba las historias de otros niños que habían sido seducidos por criaturas como esta, jamás volviendo a ser vistos.

El vampiro sonrió más ampliamente, dientes relucientes a la luz tenue de la luna. "No será un problema, pequeño. Pero si no me dejas entrar, me quedaré aquí, mirándote, por toda la eternidad", dijo, su voz ahora un susurro seductor que reverberaba en la habitación.

Lucas cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes. "No, no, no", murmuró, mientras su mente corría a toda prisa buscando una salida. Luego, recordó algo que su abuela le había enseñado: los seres oscuros temen a la luz.

Con valentía, el niño encendió su lámpara de noche, y la habitación se iluminó con un cálido resplandor. El vampiro, al ver la luz, retrocedió con un gesto de desdén. "Esto no ha terminado, pequeño", dijo, pero sus palabras eran ahora más vacías, menos amenazantes.

Lucas, todavía temblando, observó cómo la figura se desvanecía en la oscuridad. Aun así, sabía que la advertencia de su abuela había funcionado. "¡No lo invites a entrar!", se repitió, mientras la tormenta afuera comenzaba a amainar y la paz regresaba a su habitación.

Esa noche, mientras el niño luchaba por encontrar el sueño, supo que el vampiro podría regresar. Pero también sabía que siempre podría encender la luz, y que, mientras no lo invitara a entrar, estaría a salvo en su cama.

Pero, por si acaso, mantendría la ventana bien cerrada.

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