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| El espectro pálido |
La aldea de Lúgubre se encontraba oculta tras la bruma espesa que se cernía sobre el bosque. Sus habitantes, acostumbrados a la penumbra, habían aprendido a vivir con el silencio, pero en las noches de luna nueva, el silencio se tornaba en un eco de temores escondidos. Nadie se atrevía a salir al anochecer, pues los rumores sobre la criatura habían ido ganando fuerza, como un veneno que se filtraba en las venas del pueblo.
Aquel otoño, Clara, una joven de espíritu indomable y curiosidad insaciable, decidió desafiar la advertencia de sus vecinos. Había escuchado susurros sobre la criatura grotesca que merodeaba por los márgenes del bosque, y un inexplicable deseo de descubrir la verdad la impulsaba. Con una linterna en mano y el corazón palpitante, se adentró en la oscuridad.
La bruma la rodeaba, envolviéndola en un manto frío y húmedo. Clara avanzaba con cautela, sus pasos resonando en el silencio como un canto desafiante. El aire se tornó pesado, y un escalofrío recorrió su espalda al recordar las descripciones de la criatura: piel pálida y arrugada, ojos hundidos que parecían devorar la luz, una nariz afilada y una boca siempre abierta, revelando dientes afilados como cuchillas. La imagen se formaba en su mente, grotesca y fascinante.
De repente, un crujido rompió la quietud. Clara se detuvo, conteniendo la respiración. La linterna parpadeó, proyectando sombras que bailaban a su alrededor. Fue entonces cuando la vio: una figura se materializó entre los árboles, emergiendo de la bruma como un espectro. Su piel era tan pálida que parecía iluminarse en la oscuridad, arrugándose en pliegues grotescos que acentuaban su naturaleza antinatural.
Los ojos hundidos de la criatura reflejaban una luz tenue, como si contuvieran estrellas muertas. Clara sintió que la desesperación la invadía, pero sus pies permanecieron anclados al suelo. La criatura se acercó lentamente, su cabello largo y blanco desgreñado flotando a su alrededor como una nube de sombras. La boca se abrió en una sonrisa macabra, revelando aquellos dientes afilados que parecían ansiar el sabor de la carne humana.
“¿Por qué has venido, niña?” su voz era un susurro, un canto de sirena que prometía tanto como amenazaba. “¿Acaso buscas la verdad o solo la muerte?”
Clara, a pesar del miedo que le helaba la sangre, sintió que debía responder. “Busco saber… ¿qué eres tú?”
La criatura se inclinó, acercándose aún más, su aliento frío como el viento invernal. “Soy lo que la noche ha creado, lo que el miedo ha alimentado. Soy el eco de tus pesadillas y el reflejo de tus deseos más oscuros.”
Un escalofrío recorrió la columna de Clara. En ese instante, comprendió que la criatura no era solo un ser físico, sino una manifestación de los temores que todos llevaban dentro. Podía ver en sus ojos el reflejo de sus propias inseguridades, sus ansias y su soledad. “No tienes que ser así”, murmuró, sorprendida por su propia valentía. “Puedes ser algo más.”
La criatura se detuvo, y por un breve momento, Clara vio una chispa de duda en su mirada. “¿Y qué sabes tú de la redención? He sido abandonada por la luz, olvidada por los hombres. Solo la oscuridad me abraza ahora.”
La joven sintió que el aire se volvía denso, como si el mismo bosque contuviera la respiración. “No estás sola”, dijo con voz firme. “Aunque todos te teman, yo te veo. Sabes que hay más que esto. La oscuridad no tiene que ser tu hogar.”
Un silencio profundo se apoderó del lugar. La criatura retrocedió un paso, y Clara, por un instante, pensó que podría haber tocado algo en su interior. Pero entonces, la figura se retorció, como si una tormenta interna la consumiera. “No puedes salvarme, niña. Soy la sombra de lo que una vez fui y el miedo que tú misma alimentas. Regresa a tu aldea, antes de que la oscuridad te devore también.”
Clara sintió que el aire se desgarraba a su alrededor, empujada por una fuerza que la instaba a huir. Pero, antes de que pudiera dar un paso atrás, la criatura se abalanzó hacia ella, sus ojos brillando con una furia antigua. “¡Lárgate! ¡Nunca vuelvas!”
La joven se dio la vuelta y corrió, atravesando el bosque con el corazón desbocado. El eco de su aliento se mezclaba con el susurro de la criatura, que resonaba en su mente como un lamento. “Siempre estaré aquí, en las sombras de tu miedo…”
Cuando Clara finalmente emergió de la bruma, el amanecer comenzaba a romper la oscuridad. La aldea despertaba, ajena a lo que había ocurrido en el bosque. Pero Clara sabía que la criatura seguía allí, esperando en las sombras, un recordatorio de que el terror no siempre se oculta en la forma de un monstruo, sino también en la naturaleza misma del ser humano. Y en su corazón, el eco de aquella voz grotesca jamás se apagaría.
