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sábado, 1 de marzo de 2025

El muñeco hambriento

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El muñeco hambriento
El muñeco hambriento

Había una tienda de antigüedades que atraía a los curiosos con su aire de misterio. Entre los objetos polvorientos y las sombras de tiempos pasados, un muñeco de trapo se encontraba en un rincón, con una sonrisa desproporcionada y ojos que parecían seguir a quienes entraban. Su nombre era Gastón, y lo que parecía ser un simple juguete pronto revelaría su inquietante naturaleza.

La dueña de la tienda, una anciana de cabello canoso y manos arrugadas, siempre advertía a los visitantes: “No le den de comer, no le hagan caso”. Sin embargo, los niños del pueblo, atraídos por la curiosidad, comenzaron a jugar con él. Cada vez que alguien se acercaba, el muñeco parecía cobrar vida, sus ojos brillaban con un destello insaciable. Los pequeños, fascinados, le ofrecían trozos de comida: galletas, caramelos, incluso migajas de pan. Pero cada vez que le daban algo, el muñeco se veía más hambriento.

Los días pasaron, y una extraña sensación se apoderó del pueblo. Desaparecieron animales de compañía, y las familias comenzaron a notar que sus despensas se vaciaban misteriosamente. Al principio, los rumores eran solo susurros entre los vecinos, pero pronto se convirtió en una certeza inquietante: algo estaba sucediendo, y todos sabían a quién culpar.

Una noche, un grupo de niños decidió enfrentar sus miedos. Se acercaron a la tienda, iluminados solo por la tenue luz de una linterna. A través del cristal empañado, vieron a Gastón, sentado en su estante, con una sonrisa aún más amplia y ojos que parecían devorar la oscuridad. Sin pensarlo, uno de ellos, un niño llamado Lucas, entró y se acercó al muñeco.

“¿Tienes hambre, Gastón?” preguntó con un hilo de voz, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

El muñeco no respondió, pero su sonrisa se amplió, y en un instante, Lucas comprendió que había hecho una pregunta peligrosa. Sin embargo, la curiosidad pudo más que el miedo, y sacó una galleta de su bolsillo. Al ofrecerla, Gastón la tomó, pero no la masticó. En su lugar, lo que sucedió a continuación fue un espectáculo aterrador: el muñeco comenzó a crecer, sus costuras se tensaron y el trapo que antes lo formaba se transformó en una piel oscura y brillante.

Los ojos de Gastón se convirtieron en dos abismos de hambre insaciable. Lucas retrocedió, pero ya era demasiado tarde. Una sombra se abalanzó sobre él, y en un instante, el niño desapareció.

El pueblo, que antes era un lugar de risas y juegos, se tornó en un lugar de lamentos. Las familias comenzaron a irse, los ecos de las risas infantiles se desvanecieron, y la tienda de antigüedades cerró sus puertas. Gastón, ahora un monstruo, se quedó solo en su rincón, esperando ansiosamente la llegada de nuevos incautos. Cada vez que alguien se acercaba, sus ojos brillaban con la esperanza de saciar su insaciable hambre.

Las leyendas sobre el muñeco hambriento perduraron en el tiempo, y los pocos que quedaron en el pueblo contaban historias sobre el antiguo muñeco que devoraba no solo comida, sino también almas. Así, Gastón continuó esperando, siempre hambriento, siempre buscando a su próxima víctima, como un eco de la oscuridad que nunca se apagaría.

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