En la vasta penumbra de la noche, la vieja mansión de los Carrow se alzaba como una sombra amenazante contra el cielo tormentoso. Sus muros de piedra, cubiertos de hiedra retorcida, parecían susurrar secretos prohibidos en el viento gélido. La luna llena, oculta tras nubes densas, apenas dejaba entrever la silueta oscura de un hombre de rostro desencajado, con ojos que brillaban con una furia descontrolada.
A medida que avanzaba la noche, un aullido desgarrador resonó en los bosques cercanos, haciendo temblar las ventanas de cristal roto de la mansión. Desde las sombras, una figura se deslizó con movimientos fluidos y peligrosos: era el hombre lobo, una criatura de pesadilla que parecía surgir directamente de las pesadillas más oscuras. Su cuerpo, cubierto de pelo espeso y oscuro, se movía con una fuerza brutal, dejando huellas profundas en la tierra húmeda.
Mientras la mansión permanecía en silencio, solo roto por el crujir de las maderas y los gemidos del viento, el hombre lobo se acercó a la puerta principal, que crujió al abrirse con un chirrido metálico. Sus ojos ardían con una intensidad que parecía devorar la luz misma, y sus garras afiladas reflejaban la escasa luz de la luna. La criatura entró, como un espíritu de la noche, en busca de su presa, en un mundo donde la oscuridad y la locura se entrelazaban en un baile macabro.
En ese ambiente gótico y sombrío, el horror se escondía en cada rincón, y el hombr
