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jueves, 28 de agosto de 2025

La maldición del abismo

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La maldición del abismo

El barco pesquero "El Colmillo de Neptuno" navegaba por las aguas oscuras del Pacífico, justo frente a la costa de colomo. El aire salino se mezclaba con el hedor a pescado y el humo de la chimenea. El capitán, un hombre curtido por el sol y los años, miraba el horizonte con una preocupación que no tenía nada que ver con el clima. La captura de esa noche había sido extraña, casi nula, y una quietud ominosa se había instalado en el mar.

El viejo Mateo, el pescador más experimentado, se acercó al capitán con el rostro pálido. "Capitán, hemos arrastrado una cosa... no es un pescado."

Del fondo de las redes, los marineros izaron un cofre de madera cubierto de algas. Al abrirlo, una luz espectral iluminó la cubierta. Dentro no había oro ni joyas, sino una piedra negra, lisa y fría al tacto. La superficie de la piedra parecía pulsante, con una oscuridad que absorbía la luz.

El capitán, impulsado por una codicia ciega, se apoderó de ella. "Esto es de nosotros. Nadie ha visto esto", gruñó, guardando la piedra en su camarote.

Esa noche, el mar se agitó, no por una tormenta, sino por una presencia. Un frío helado se esparció por el barco, y el grito de un marinero rasgó el silencio. Al correr a la cubierta, la tripulación vio una visión que los persiguió en sus peores pesadillas.

De las profundidades del abismo, una criatura de pesadilla emergió. Su cabeza, redonda y brillante, estaba cubierta de una piel gris, surcada por venas que palpitaban con una luz interna. Sus ojos, dos orbes carmesí, irradiaban una maldad primordial, y de su boca abierta sobresalían dientes afilados como cuchillas. No tenía cuerpo, sino una masa de tentáculos rojos, gruesos y retorcidos, cubiertos de ventosas que parecían succionar la luz misma. La criatura, un horror salido de las pesadillas de los hombres, era la encarnación de la maldición del abismo.

El capitán, desde su camarote, escuchó el pánico y el terror. Salió a la cubierta, la piedra en la mano, y vio a la bestia. En ese momento, comprendió su error. La piedra no era un tesoro, sino un sello, una prisión para una entidad antigua. Y él, en su ignorancia, la había liberado.

El monstruo, con sus ojos fijos en el capitán, emitió un gruñido gutural. Los tentáculos se movieron con una velocidad antinatural, envolviendo el mástil y las velas del barco. La madera crujía y se partía. Los marineros, enloquecidos por el miedo, saltaban por la borda, desapareciendo en la oscuridad del agua.

El capitán, al ver el destino que había traído sobre su tripulación, levantó la piedra con manos temblorosas, intentando devolverla al mar. Pero era demasiado tarde. El monstruo extendió un tentáculo, lo rodeó y lo levantó por el aire, acercándolo a su rostro con una sonrisa de dientes afilados. El último sonido que se escuchó de "El Colmillo de Neptuno" fue el grito del capitán, antes de que el monstruo abriera su mandíbula.

A la mañana siguiente, solo se encontraron restos destrozados del barco, esparcidos por la costa de colomo. Los lugareños hablaron de un viejo capitán que, en su codicia, había desatado una maldición del abismo. Y aunque los años pasaron, se dice que en las noches de luna llena, una niebla espesa y un hedor a sal y putrefacción cubren el mar. A veces, los pescadores juran que pueden ver un destello rojo en las profundidades, el recuerdo de una criatura que espera, con los ojos llenos de ira, a que alguien más se atreva a liberar su antigua maldición.

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