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martes, 16 de septiembre de 2025

Devorador de mundos

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Devorador de mundos

La oscuridad no llegó, siempre estuvo ahí, una presencia dormida en el borde del espacio-tiempo. El cielo se partió, no con un estruendo, sino con un silencio tan absoluto que el corazón de la galaxia se detuvo. No había estrellas, solo agujeros de luz en el vacío, cicatrices de mundos que ya no existían. La fuerza gravitatoria se invirtió, no atrayendo, sino repeliendo la esperanza, separando la materia de la forma.


La entidad no tenía cuerpo. Era una voluntad pura, una conciencia hambrienta que se manifestaba como la ausencia. El sol no se apagó, fue tragado por un vacío insaciable, sus llamas un último eco en el vacío de la existencia. Las lunas se desprendieron de sus órbitas, lágrimas de piedra en un océano de nada. Los planetas, antaño esferas de vida, se volvieron migajas de un banquete cósmico.


La humanidad, esa efímera chispa de conciencia, no gritó, no tuvo tiempo para la desesperación. Simplemente se disolvió en la comprensión. La verdad no era el fin del mundo, sino la realización de su insignificancia. El Devorador de mundos no actuaba por malicia, sino por necesidad. Era el horrible e implacable equilibrio del universo. Una fuerza que simplemente limpiaba la mesa de la creación, para que la nada pudiera volver a reinar.

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