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lunes, 8 de septiembre de 2025

Ya no hay ángeles

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ya no hay ángeles

Los cielos, una vez tapizados de un éter de pureza infinita, ahora eran una extensión de ceniza y desesperación. La Luna, una vez faro de serenidad, era ahora un ojo vacío y desapasionado que contemplaba el colapso de la belleza. Ya no quedaban arpegios de luz en el aire, ni la calidez de un sol prometedor. El silencio no era la ausencia de sonido, sino la presencia aplastante de la nada. No estábamos en un infierno de fuego y azufre, sino en el gélido infierno del desamparo existencial.


Eran los ángeles caídos, pero su caída no fue de gracia divina, sino de la conciencia. Sus alas, antaño plumas de éxtasis celestial, se habían convertido en membranas de murciélago, raídas por el peso de una verdad insoportable: la soledad del ser. Se arrastraban sobre la tierra, no por castigo, sino porque la ilusión de volar se había desvanecido. No había un Dios para condenar, ni un Diablo para seducir. Había solo una realidad sin propósito, una existencia sin significado.


Sus gritos no eran de dolor físico, sino el eco de una pregunta sin respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué la belleza es efímera? ¿Por qué la esperanza es una crueldad? ¿Por qué el amor es solo un espejismo de la biología? La sangre que alguna vez fue el rojo brillante de la vida, era ahora una tinta espesa que escribía la última línea de un poema de horror: "Ya no hay ángeles". No porque hubieran sido expulsados, sino porque la fe había muerto antes que ellos. El horror no era la monstruosidad en sí misma, sino la desnudez del alma frente a la indiferencia del universo. Era la filosofía hecha carne; una belleza invertida en la que la única verdad era que, en el gran teatro del cosmos, el telón había caído y la obra nunca había sido más que una farsa.

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