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lunes, 8 de septiembre de 2025

¡Él te alcanza!

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Él te alcanza

Un frío gélido le recorrió la columna vertebral a Elías, no era el aire de la noche, sino la sensación de que no estaba solo. Las ramas desnudas de los árboles se agitaban con un silbido espectral, y cada sombra parecía más densa, más oscura que la anterior. Llevaba horas caminando por el sendero del bosque, un camino que prometía ser un atajo a casa, pero que ahora se sentía como un laberinto sin fin. La luna, un disco pálido y enfermizo, apenas proyectaba luz a través de las copas de los árboles, dejando a Elías en una penumbra inquietante.


Una risa seca y quebradiza, como hojas muertas siendo pisoteadas, resonó cerca de él. Elías se detuvo en seco, el corazón golpeándole contra las costillas. ¿Era su imaginación? Se llevó la mano al pecho, sintiendo el ritmo frenético de su pulso. La risa se repitió, esta vez más cerca, y una voz susurró su nombre en un tono tan suave que apenas pudo distinguirla del susurro del viento. Elías, aterrado, echó a correr.


No había un sonido de pasos detrás de él, pero la sensación de ser perseguido era abrumadora. La risa se transformó en un jadeo ronco, y la voz en un canto macabro, cada sílaba estirándose de una forma antinatural. De repente, una figura alta y delgada, con extremidades larguísimas que parecían doblarse en ángulos imposibles, apareció ante él. No tenía rostro, solo un vacío oscuro donde deberían estar sus ojos y boca. Elías gritó.


Cayó de rodillas, el miedo paralizándolo. La criatura se acercó lentamente, su cabeza ladeada como la de un pájaro que examina a su presa. Con una de sus manos alargadas, tocó la mejilla de Elías, y el frío que emanaba de su piel sin vida le quemó como ácido. Elías cerró los ojos, preparándose para el final. Escuchó el susurro de la criatura justo al lado de su oído. “Elías… siempre he estado aquí. Él te alcanza.


Elías abrió los ojos de golpe. Estaba en su cama, con el sol de la mañana filtrándose por la ventana. Era solo una pesadilla. Una horrible y vívida pesadilla. Se levantó, temblando, y se dirigió a la cocina. Se sirvió un vaso de agua, pero su mano temblaba tanto que el agua se derramó. Justo cuando se llevaba el vaso a la boca, vio su reflejo en la ventana. No estaba solo. Detrás de él, con la misma sonrisa sin rostro de su sueño, estaba la criatura. Y la misma voz susurró, “Te lo dije, él te alcanza.

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