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sábado, 25 de octubre de 2025

El portal

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El portal

El aire de la estepa patagónica era denso y cortante, un latigazo de viento que arrancaba arena y guijarros del suelo duro. La única edificación en kilómetros a la redonda era la estación meteorológica abandonada, un cubo de hormigón desgarrado por años de inclemencias. Dentro, Elara trabajaba con una concentración febril, rodeada de equipos electrónicos que parpadeaban con una luz verde enfermiza.


Elara no era meteoróloga, sino física, una renegada de la comunidad científica oficial. Había viajado miles de kilómetros, perseguida por la burla y la incredulidad, para llegar a ese punto preciso, marcado en antiguos mapas como la "Cicatríz del Viento". Ella creía que ese lugar no era un simple accidente geográfico, sino la ubicación de un desgarro en el continuo espacio-tiempo: El Portal.


¡Aumento de la actividad gravitacional! ¡El generador está al límite! —gritó Jarek, su único ayudante, un hombre alto y nervioso que se aferraba a la esperanza de que Elara no estuviera completamente loca.


Elara ignoró la advertencia. Sus ojos estaban fijos en el monitor principal. El patrón de energía que había estado siguiendo durante meses, una anomalía que desafiaba toda ley conocida, estaba convergiendo.


—¡No es la gravedad, Jarek! Es la resonancia entre dimensiones. Lo estamos forzando a abrirse. Prepara el escáner de fibras —ordenó Elara, su voz fuerte y autoritaria.


De repente, el ruido del viento afuera se intensificó hasta convertirse en un rugido atronador. Las luces de la estación parpadearon violentamente antes de apagarse por completo. Un silencio espeso, pero tenso, cayó sobre ellos.


Entonces, lo vieron.


En el centro del pequeño observatorio, donde el techo había colapsado, el aire comenzó a ondularse. No era fuego ni agua, sino una distorsión pura. El espacio se doblaba sobre sí mismo, como un trozo de tela invisible que alguien estiraba. Emergió un óvalo reluciente, pulsante, con una luz que no era brillante, sino profunda, de un color índigo casi negro. Era la apertura. El Portal.


Jarek retrocedió con un jadeo de puro terror. —¡Elara, es peligroso! ¡No sabemos qué hay al otro lado!


—Lo sé —dijo Elara, acercándose al borde de la estructura con una fascinación que superaba el miedo. —Pero es la respuesta. Siempre he sabido que la realidad era más elástica de lo que nos enseñaron.


A través de la distorsión, Elara pudo distinguir vagamente una forma del otro lado. No eran montañas ni ciudades, sino algo abstracto, geometrías que la mente humana apenas podía comprender. El aire que emanaba del Portal no era frío ni cálido, sino... neutro, una ausencia de sensación térmica que resultaba inquietante.


Un zumbido potente llenó la sala, un sonido profundo que parecía emanar del centro de sus huesos. Una entidad comenzó a cruzar.


No era un monstruo, ni un ángel. Era una esfera de pura energía, del tamaño de un balón de baloncesto, pero hecha de luz y sombras que se entrelazaban. No tenía ojos, pero Elara sintió que la observaba con una inteligencia antigua e inconmensurable.


La esfera flotó hasta Elara, emitiendo una frecuencia que resonó en su mente, no como palabras, sino como conceptos: viaje, tiempo, origen.


—¿Qué... qué quieres? —preguntó Elara, su voz a penas un murmullo de asombro.


La esfera pareció responder dirigiendo un rayo de luz blanquecina hacia la pared, iluminando una serie de símbolos desconocidos. Eran glifos que hablaban de la fragilidad del universo y de la necesidad de explorar.


Elara lo entendió. El Portal no era una puerta hacia otro planeta, sino hacia otra dimensión de la existencia. Y la esfera no era una amenaza, sino un guía.


Jarek, superando su pánico, encendió de nuevo el generador, logrando estabilizar la apertura. El Portal se hizo más claro, invitando.


—¡Elara, el tiempo se agota! ¡Esto no durará! —advirtió Jarek.


Elara miró el Portal, luego a Jarek, con una decisión férrea en sus ojos. Había buscado la verdad toda su vida. Ahora la tenía frente a ella.


—Gracias, Jarek. Guarda los datos. Lo que encuentre aquí, lo haré volver.


Sin dudar más, y con una determinación absoluta, Elara dio un paso al frente, atravesando la superficie ondulante. La sensación fue de caída y ascenso a la vez. El último destello que Jarek vio fue la silueta de Elara desapareciendo en el índigo profundo, justo antes de que el Portal se cerrara con un estruendo y el viento de la estepa recuperara su dominio solitario. Jarek se quedó solo con los datos y la prueba de que el universo era infinitamente más extraño de lo que cualquiera había imaginado.

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