Anunciate aqui

sábado, 25 de octubre de 2025

La humanidad desollada por el tiempo

0 comments

La humanidad desollada por el tiempo

El viento silbaba a través de las ruinas de Neo-Londres, llevándose consigo motas de polvo y los ecos de una civilización olvidada. El planeta, ahora llamado por los pocos supervivientes como Cénit, era un vasto cementerio de metal oxidado y cristal roto. El Sol, un disco anaranjado pálido en un cielo eternamente cubierto de ceniza, apenas ofrecía calor.


Kael, un hombre de unos cincuenta años con la tez curtida como el cuero viejo, ajustó el visor de su máscara de respiración. Cada paso en el asfalto agrietado era una declaración de supervivencia. Llevaba años vagando, buscando no solo provisiones, sino un sentido a la devastación. La Gran Corrosión, el evento que había puesto fin a la Era de la Abundancia, no había sido una guerra, sino una plaga silenciosa que atacó el cemento y el silicio, desintegrando la infraestructura en cuestión de meses.


Su objetivo de hoy era la vieja Biblioteca Central, un monolito de titanio que, por alguna extraña razón, había resistido la Corrosión. Kael creía que si existía una cura o una explicación para el Apocalipsis, estaría oculta entre los registros digitales que la humanidad había acumulado durante milenios.


Al entrar en la estructura, el olor a ozono y electrónica quemada le golpeó. La oscuridad era casi total, solo rota por el tenue haz de su linterna. Las estanterías de datos estaban intactas, pero la mayoría de los servidores yacían en el suelo, muertos.


Se movió con cautela. Sabía que no estaba solo. No eran los llamados "Merodeadores", la escoria que se alimentaba de los restos de tecnología, sino algo peor: los "Carcas", los pocos ancianos que, incapaces de aceptar el final, se habían vuelto locos y protegían los lugares de poder con una ferocidad demente. Eran la representación viva de la nostalgia hecha peligro.


Mientras avanzaba, Kael encontró un terminal que parecía estar operativo. Encendió el generador portátil, que emitió un fuerte zumbido. La pantalla parpadeó, mostrando un logotipo olvidado: la Esfera del Conocimiento.


Comenzó a teclear frenéticamente, buscando la palabra clave: "Erosión".


Los resultados fueron impactantes. El tiempo, según los antiguos científicos, no era solo una medida de la duración. Era una fuerza activa, un ácido cósmico que, al alcanzar un cierto nivel de complejidad en una civilización, comenzaba a desintegrarla desde dentro. La Gran Corrosión había sido el síntoma, no la enfermedad.


El texto finalizó con una frase demoledora: "La humanidad no fue destruida por un enemigo externo, sino por la propia entropía de su existencia. Fuimos desollados capa a capa por los siglos acumulados."


Un golpe sordo y metálico detrás de él le sacó de su concentración. La amenaza había llegado.


Un Carca emergió de las sombras. Era una mujer, con el pelo blanco y enredado y un rostro cubierto de hollín. Llevaba un trozo afilado de chapa como arma y sus ojos brillaban con una locura desesperada.


—¡Esto es nuestro! ¡El conocimiento es poder! ¡Vete! —gritó con una voz ronca y rasposa.


Kael no quería luchar. Su misión era la verdad, no la violencia.


—Solo busco la respuesta de por qué todo colapsó —dijo Kael, intentando sonar calmado.


—¡Colapsó porque lo merecimos! ¡Por la arrogancia! —respondió la mujer, lanzándose hacia él con una fuerza sorprendente.


Kael esquivó el ataque. Sabía que la única manera de detenerla era distraerla.


—¿Recuerdas el mar? ¿El color azul puro antes de las cenizas? —dijo Kael, usando un recuerdo poderoso, una debilidad de los Carcas.


La mujer se detuvo en seco, sus ojos nublados por una memoria fugaz. Esa pausa fue suficiente. Kael corrió hacia un panel de control cercano y activó el sistema de ventilación de emergencia. Un poderoso chorro de aire viciado golpeó a la Carca, desorientándola y haciéndola tropezar contra una pila de escombros.


Kael tomó el disco de datos del terminal. La verdad era un peso inmenso, una sentencia de muerte cósmica. La caída no había sido un accidente, sino el destino de toda civilización que alcanza la madurez.


Salió de la Biblioteca, sintiendo el frío metafísico de la revelación. Miró el cielo ceniciento. No había un enemigo que vencer, ni una fórmula que encontrar. Solo quedaba la lucha diaria contra el tiempo implacable, el verdadero desollador de la humanidad. Kael guardó el disco. Mientras tuviera ese conocimiento, la esencia de lo que una vez fueron, resistiría. Y en esa resistencia, por fútil que fuera, residía la última y más poderosa forma de esperanza.

Relacionados

No hay comentarios:

Publicar un comentario