La casa de de madera oscura era una masa de granito gótico, un esqueleto frío que se erguía en el promontorio azotado por el viento. Yo llegué como el nuevo propietario, ignorando las leyendas locales sobre las almas atrapadas y la oscuridad que respiraba en sus muros. Buscaba paz, pero encontré un vacío hostil, un frío antinatural que no podía ser mitigado por el fuego de la chimenea.
La primera noche, el silencio opresivo fue lo que me despertó. No el silencio de la soledad, sino un silencio depredador que absorbía el sonido de mi propia respiración. Encendí la lámpara de aceite. Las sombras se alargaron y se retorcieron en las esquinas, no como proyecciones, sino como entidades vivientes que se movían con una lentitud sinuosa.
Comencé a escuchar los golpes secos. Venían de la pared del pasillo, un sonido rítmico y constante que no era de tuberías ni de viento, sino de una fuerza metódica que parecía golpear el interior del muro. Cada golpe sordo era un tambor funerario que marcaba un tiempo que no pertenecía a este mundo.
La verdad se reveló en el estudio. La biblioteca, un laberinto de estanterías llenas de volúmenes mohosos, tenía un nicho tapiado. Impulsado por una curiosidad mórbida, arranqué la madera. Detrás, no había un espacio vacío, sino un agujero negro, un pozo de oscuridad que se extendía más allá de lo que la arquitectura permitía.
Acerqué la lámpara. La luz no penetró. Era una negrura palpable, un vacío absoluto que no era la ausencia de luz, sino su consumo total. Y en el centro de ese abismo, vi el movimiento. Una masa informe y gelatinosa se agitaba en la profundidad.
De la boca del agujero salió un aliento gélido y pútrido, un vaho de olvido que me hizo retroceder. Y luego, el sonido se hizo claro. El golpe rítmico venía de dentro del nicho, un clamor mudo que era la expresión de la desesperación de la cosa encerrada.
De repente, una mano deforme emergió de la oscuridad, un apéndice largo y huesudo con uñas negras y rotas. No era la mano de un cadáver, sino de una criatura que se había adaptado a la oscuridad total. Intentó agarrarme, su fuerza implacable era una presión física que sentí en el aire.
Hui, sellando el nicho con todo el peso de los libros que pude. Pero la presencia opresiva de la cosa se había instalado en la casa, en mi mente. Ahora, vivo en un estado de pánico constante, sabiendo que el golpe rítmico en la pared no se detendrá. Estoy atrapado, mi vida se ha convertido en una espera terrorífica, sabiendo que lo que sea que está en las sombras es la verdadera dueña de la casa oscura.
