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jueves, 9 de octubre de 2025

Testigo silencioso

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apartamento en el décimo piso

El apartamento en el décimo piso se sentía como una caja de hormigón suspendida sobre un abismo de luces urbanas. Me había mudado allí buscando el anonimato, el olvido funcional de la ciudad, pero encontré un frío gélido que no era ambiental, sino emocional y maligno. El único mobiliario que me importaba era la ventana, un lienzo de vidrio que miraba hacia el edificio de enfrente.


Mi vida se había reducido a una vigilancia monótona. Noche tras noche, observaba la ventana iluminada del piso catorce. Siempre la misma figura: la Mujer. Se movía con una lentitud espasmódica, una actriz fantasmal en un drama que nunca terminaba. Su rostro era una mancha pálida en la oscuridad, y su cabello, un manto oscuro y lacio, cubría sus movimientos.


Una noche, el silencio opresivo de mi apartamento se hizo intolerable. La ausencia de ruido era tan absoluta que me sentí como si estuviera flotando en un vacío de éter. Fue entonces cuando vi el cambio. La Mujer dejó de moverse. Se quedó inmóvil junto al cristal, su figura se convirtió en una silueta bidimensional contra la luz.


Y luego, apareció el otro. Una sombra densa y amorfa se deslizó desde el fondo de su habitación, una mancha de negrura que no reflejaba la luz. No caminaba, sino que se arrastraba sobre el suelo con una sinuosidad nauseabunda. Sentí un horror físico que me clavó al suelo.


La Mujer no reaccionó. Ella era el cebo inmutable, la figura estática en el ritual. La sombra se acercó a ella, y yo vi cómo la rodeaba lentamente, como un parásito gigantesco. No hubo lucha, no hubo gritos. Solo la desaparición gradual de la silueta de la Mujer, que fue engullida por la negrura hasta que solo quedó una mancha de oscuridad palpitante contra el cristal.


Intenté gritar, pero mi grito fue mudo, un estallido de aire sin voz. Mi cuerpo estaba paralizado por el pánico, un testigo silencioso condenado a la inacción. La sombra permaneció allí por un tiempo que pareció una eternidad, y luego, se retiró con lentitud, dejando la ventana vacía, iluminada, y terriblemente normal.


Ahora, cada noche, la escena se repite, con ligeras variaciones. A veces es la Mujer, a veces es un hombre. Siempre hay una figura inmóvil y una sombra voraz. Comprendí que no estaba presenciando un crimen, sino un ritual cósmico, una cosecha silenciosa que ocurría sin falta. El edificio de enfrente no era un hogar; era una granja de almas. Y yo, el testigo silencioso, soy el siguiente en la fila. El miedo no se va; se queda en mí, una carga pesada y fría, esperando el día en que la oscuridad se canse de la ventana de enfrente y decida mirar hacia la mía.

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