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jueves, 23 de octubre de 2025

Truco o trato

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Truco o trato

La noche de Halloween se había instalado como una manta pesada sobre el suburbio, un manto de oscuridad roto solo por los focos naranjas y las luces parpadeantes de las calabazas talladas. Los niños, siluetas frenéticas envueltas en disfraces baratos, se movían como enjambres voraces de puerta en puerta, sus voces eran un clamor agudo que llenaba el aire.


Yo estaba solo en mi casa, mi puerta sellada con la obstinación de un ermitaño. No participaba; la celebración me parecía un ritual vacío, una burla superficial a los horrores verdaderos. Sentado en mi sillón, leía, buscando refugio en la realidad ordenada de la ficción.


A eso de las nueve, el patrón rítmico de los timbrazos se detuvo. El bullicio se apagó, dejando un silencio opresivo que se sentía como una presencia palpable. Pensé que el evento había terminado. Luego, un golpe seco resonó en mi puerta, un sonido más fuerte y deliberado que cualquier timbrazo anterior.


Me acerqué a la mirilla, mi corazón un tambor sordo en mi pecho. Afuera, no había un grupo. Había una figura solitaria y alta, envuelta en lo que parecía ser una sábana blanca y sucia, demasiado grande. La silueta encorvada y extraña se mantenía antinaturalmente inmóvil.


Abrí la puerta solo un poco, dejando ver un estrecho hueco de luz. La figura no se movió. No articuló el tradicional saludo. De la abertura de la sábana, que revelaba un rostro pálido y sin facciones, salió un sonido inesperado. No una voz, sino un jadeo grave y gutural, un bramido mudo que vibró en el marco de la puerta.


Extendió una mano. No para tomar dulces, sino en un gesto de ruego o demanda. La mano no era la de un niño; era larga y huesuda, con dedos deformes que terminaban en uñas negras y rotas. No había en ella un deseo lúdico, sino una avidez inconfundible.


"¿Truco... o trato?", pregunté, mi voz sonaba forzada y temblorosa.


La figura se inclinó, y la oscuridad bajo la sábana pareció profundizarse. El jadeo áspero se repitió, pero esta vez, con un matiz de malicia. Era un sonido quebrado, una risa seca y sofocada que se burlaba de mi pregunta. Comprendí que para esta entidad, no había elección; el trato era una burla vacía.


Cerré la puerta con una violencia brutal. El estruendo de la madera resonó en la casa. Me retiré al centro de la sala. Pero el golpe seco y rítmico en la puerta continuó, ahora con una fuerza metódica que prometía su derrumbe. La presencia opresiva de la figura se filtraba por las rendijas, y el aire se llenó de un olor a tierra mojada y podredumbre.


La risa maliciosa del otro lado se hizo más fuerte, un clamor ensordecedor que demostraba que para ella, la noche apenas comenzaba. La verdad era clara: el Truco o trato no era un juego; era un ritual de recolección, y mi terror era el pago final.

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