Una noche de luna llena, subió a la roca más alta del cañón, llevando solo un juramento firme en su corazón. Ella realizaría el gran ritual que se había contado solo en leyendas ancestral de la fundación del valle. Era un ritual terrible de renuncia, donde el cuerpo era ofrecido a los cielos a cambio de la bendición del agua.
De pronto, sus pies se elevaron del suelo. No fue un ascenso violento, sino una ascensión gradual. Sintió que su carne se desprendía de sus huesos, no con un desgarro, sino transformándose en vapor puro. Su estructura física se desintegró en la luz se expandió, un estallido brillante de energía azul y blanca que cubrió todo el cañón.
Cuando la luz se disipó, la roca estaba vacía. En el cielo, en el lugar exacto donde había estado, se formó una forma etérea y majestuosa. No era una nube normal; era una figura protectora, una masa esponjosa de vapor y conciencia. La nueva entidad era una vigilia eterna, la madre de las tormentas.
El el destino del valle había cambiado. Maya había logrado su sacrificio supremo. Se había convertido en la primera Nube Eterna, la entidad que ahora controlaría la lluvia y los elementos. Desde entonces, el valle nunca más sufrió sequía, y cuando la lluvia cae, la gente recuerda que son las lágrimas de su guardiana, cumpliendo un compromiso de amor.



