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| La bruja de medianoche |
En un pequeño pueblo rodeado de densos bosques y neblinas perpetuas, circulaba una leyenda que los ancianos contaban a los niños para asustarlos. Hablaban de la bruja de medianoche, una figura oscura que, según se decía, aparecía cada vez que la luna llena iluminaba el cielo con su luz plateada.
La historia comenzaba hace muchos años, cuando la bruja era una mujer como cualquier otra, hasta que un día, la envidia y el temor de los aldeanos la convirtieron en un ser temido. La acusaron de hechicería y, en un acto de locura colectiva, la ataron a un árbol en el bosque y le prendieron fuego. Sin embargo, sus gritos y maldiciones se elevaron hasta el cielo, y desde entonces, su espíritu vagaba por el bosque, buscando venganza.
Una noche, un grupo de jóvenes del pueblo decidió desafiar la leyenda. Con risas nerviosas y linternas en mano, se adentraron en el bosque a la hora en que la luna brillaba con más intensidad. Entre bromas y risas, se acercaron al árbol donde se decía que la bruja había encontrado su final.
Mientras se acomodaban alrededor del árbol, comenzaron a contar historias sobre la bruja. De repente, un viento helado sopló a través del bosque, apagando las linternas y sumiendo a los jóvenes en la oscuridad. El silencio era abrumador, y una sensación de inquietud se apoderó de ellos.
“¡Solo es el viento!” gritó uno, tratando de mantener el ánimo. Pero antes de que pudiera terminar la frase, un susurro suave y escalofriante flotó entre los árboles: “¿Por qué han venido a perturbar mi descanso?”
Los jóvenes se miraron, sus sonrisas se desvanecieron y el pánico comenzó a apoderarse de ellos. Uno de ellos, Clara, recordó las advertencias de su abuela sobre nunca desafiar a la bruja. “Debemos irnos”, dijo, su voz temblando. Pero antes de que pudieran dar un paso, una sombra oscura apareció entre los troncos de los árboles.
Era la figura de una mujer, cubierta de harapos oscuros y con el cabello enmarañado. Sus ojos brillaban con una luz sobrenatural, y una risa escalofriante resonó en el aire. “No se asusten, pequeños intrusos. Solo quiero jugar…”
Los jóvenes, aterrorizados, comenzaron a retroceder, pero la bruja se movió con una velocidad sobrenatural hacia ellos. “¿Por qué no se quedan? Prometo que será divertido”, dijo, mientras su risa se convertía en un eco aterrador.
Uno a uno, comenzaron a correr, dejando atrás sus risas y valentías. Clara fue la última en salir del bosque, sintiendo cómo la bruja la seguía, susurros de maldición flotando en el aire. Al cruzar la frontera del bosque, giró para mirar hacia atrás, y vio a la bruja levantando las manos al cielo, mientras la luna iluminaba su figura en un resplandor fantasmal.
Desde aquella noche, los jóvenes nunca volvieron a hablar de la bruja. Sin embargo, a cada luna llena, el pueblo podía escuchar risas y susurros en el viento, recordándoles que la bruja de medianoche nunca había dejado de acechar, esperando nuevas almas que desafiara.
Y así, la leyenda creció, convirtiéndose en un recordatorio de que algunas cosas están mejor dejadas en la oscuridad.
