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martes, 18 de marzo de 2025

El duende de san patricio

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El duende de san patricio
El duende de san patricio

La noche del Día de San Patricio, un viento helado barría los campos irlandeses, llevando consigo susurros de leyendas antiguas. Los habitantes del pequeño pueblo de Kilmore, embriagados por el aroma de la cebada y el canto de las copas, se reunían en las tabernas, ignorantes del horror que acechaba en las sombras.

En lo profundo del bosque, donde la luz de la luna apenas penetraba, se encontraba una cueva olvidada por el tiempo. Allí, en el corazón de la oscuridad, yacía un oscuro secreto: un duende zombi, una aberración de lo que una vez fue un alegre guardián de tesoros. Su figura era una visión aterradora; la piel, de un verdoso grisáceo, estaba en un estado de putrefacción, despojada de la alegría que antaño lo caracterizaba. Los huesos asomaban entre la carne descompuesta, y su ropa, que una vez fue de un verde vibrante, ahora estaba desgarrada y manchada de barro y sangre, como si hubiera sobrevivido a un combate monstruoso.

Sus ojos, dos orbes brillantes y amenazantes, resplandecían con una luz inquietante que parecía devorar la oscuridad a su alrededor. Cada parpadeo revelaba más de su horror interno, como si los ecos de su vida pasada gritaban desde lo más profundo de su ser. No era el duende juguetón de las historias que alegraban a los niños; era un cazador de almas, un ser que había sido condenado a vagar por la eternidad en busca de la vida que le fue arrebatada.

Esparcidas a su alrededor, un montón de monedas de oro brillaba débilmente, reflejando la luz de la luna como un triste recordatorio de su antigua fortuna. Pero en este escenario macabro, el oro no era un símbolo de riqueza, sino un cebo para atraer a incautos. La olla de oro, que antaño prometía la felicidad a quienes la encontraran, ahora emanaba un aura de desesperación y muerte. Aquellos que se acercaban a ella eran rápidamente devorados por la avaricia y el horror que el duende zombi representaba.

La atmósfera era densa, cargada de un silencio opresivo, roto solo por el suave tintineo de las monedas al caer al suelo. Los ecos del pasado resonaban en la cueva, llenando el aire con risas distorsionadas que se convertían en gritos desgarradores. Los aldeanos, al caer la noche, comenzaron a sentir una extraña inquietud; algo en el aire les decía que no debían salir de sus hogares.

Sin embargo, la curiosidad es un veneno que se propaga rápidamente. Un joven del pueblo, atraído por las historias de riquezas, decidió aventurarse en la oscuridad. Al adentrarse en el bosque, la luna se ocultó tras nubes negras, sumergiendo todo en una penumbra aterradora. El viento aullaba como un lamento, y sus pasos resonaban con un eco ominoso.

Finalmente, llegó a la cueva. La vista del duende zombi lo paralizó. El terror se apoderó de él, y mientras giraba para escapar, sintió un frío gélido en su espalda. El duende había despertado, y una risa macabra resonó en la oscuridad. Las monedas brillaron con un fulgor siniestro, y el joven comprendió que había caído en la trampa de un antiguo mal.

Los gritos del chico se perdieron en la noche, y el pueblo jamás volvió a escuchar su voz. La cueva, con su duende zombi, permaneció oculta, esperando a su próxima víctima, mientras la leyenda del Duende de San Patricio adquiría un nuevo matiz de horror. En la oscuridad, el eco de su risa continuó resonando, recordando a todos que no todo lo que brilla es oro, y que algunos tesoros están mejor dejados en el olvido.

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