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| El retorno de Lord Valerius |
El viento azotaba las ventanas del castillo de Blackwood, sus gemidos concordaban con los del viejo reloj de la torre que anunciaba, con cada campanada, la cercanía inexorable de la muerte. En el gran salón, iluminado solo por el débil resplandor de una chimenea casi apagada, se sentaba Lord Valerius, o lo que quedaba de él: un esqueleto impecablemente vestido con un traje de terciopelo verde oscuro y dorado. Un sombrero de ala ancha, adornado con joyas, reposaba sobre su calavera, que lucía una expresión de pensativa melancolía.
Su historia era una leyenda murmurada en los pueblos vecinos, una leyenda de ambición desmedida y un pacto con las sombras. Valerius había sido un duque rico y poderoso, pero su ansia por la inmortalidad se había vuelto insaciable. Había buscado la ayuda de brujas, alquimistas, y hasta de seres que moraban entre la niebla y los límites del mundo. Finalmente, había encontrado lo que buscaba en un antiguo grimorio, un ritual que prometía alargar su vida… a un precio terrible.
El libro hablaba de una gema oscura, el Ojo de Lilith, enterrado en la cripta familiar, y de una ceremonia a la luz de la luna llena. A cambio de su propia alma, Valerius obtendría una vida eterna, pero no como un hombre…. Su cuerpo perecería, y su esencia quedaría atada a su esqueleto, condenado a presenciar la decadencia de su castillo y la muerte de todos los que alguna vez amó.
Valerius realizó el ritual sin dudarlo. La noche en que la luna se pintó de rojo sangre, el Ojo de Lilith brilló en la cripta, y el duque vio transformarse su cuerpo en un esqueleto. Desde entonces, ha permanecido en Blackwood, contemplando el paso del tiempo, un espectro inmóvil entre los muros de su castillo.
Los sirvientes que llegaron después de su transformación fueron testigos de unos eventos cada vez más escalofriantes. Susurros en la oscuridad, los sonidos de pasos inaudibles y de carcajadas amortiguadas. Se decía que el duque, en su forma esquelética, podía controlar las sombras, tejiendo pesadillas en los sueños de sus víctimas. Dejó de ser un señor y se convirtió en una maldición.
Un día, un joven e intrépido ladrón, buscando fortuna en el legendario tesoro de Valerius, se aventuró dentro de Blackwood. Fue atraído por la promesa de riquezas, sin comprender el horror que le aguardaba. Al entrar al gran salón, vio al duque sentado en su trono oscuro, su calavera brillando bajo la tenue luz. Su silencio era más aterrador que cualquier grito.
El ladrón, a pesar de su miedo, se movió en busca del tesoro, atraído por el brillo de las joyas. Intentó tomar una, pero una mano fría y ósea le sujetó el brazo. Lord Valerius, el huesudo dueño del castillo, había despertado. Sus ojos huecos, las cuencas vacías, parecían mirarle directamente al alma.
El ladrón no halló fortuna. Sólo encontró la muerte fría y lenta, en medio de pesadillas que el esqueleto tejido de sombras le imponía, hasta que su vida fue apagada por la misma muerte que el duque había abrazado hace siglos. La leyenda de Lord Valerius sigue viva. Un recordatorio de que la ambición insaciable trae consigo consecuencias aún más terribles que la muerte misma. El castillo de Blackwood sigue en pie, un monumento al silencio eterno y a la oscuridad que abriga a su sombrío habitante.

Probando primer comentario en el blog
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