Entre las casas de adobe de colores vivos y el zumbido constante de las chicharras, una joven llamada Citlalli cargaba con un secreto que pesaba más que cualquier canasta de mangos maduros. No lo sabía, aún no del todo, pero en sus venas corría un legado ancestral, un destino tejido en las sombras de profecías olvidadas: Citlalli era la Portadora del Apocalipsis.
Su vida hasta entonces había sido sencilla. Ayudaba a su abuela a cuidar el pequeño huerto de aguacates, reía con sus amigas en la plaza del pueblo y soñaba con el día en que podría ver el mar más allá de la franja de cocoteros. Pero desde hacía algunas lunas, extraños sueños la visitaban. Imágenes de cielos rojizos, de la tierra agrietándose bajo el fuego y de sombras colosales danzando en la distancia la despertaban con el corazón latiéndole salvajemente.
Un día caluroso, mientras recogía flores de hibisco cerca del antiguo cementerio, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Una anciana, arrugada como una pasa y con ojos que parecían contener la sabiduría de los siglos, se acercó a ella. Su nombre era Ixchel, y era la última guardiana de las viejas tradiciones del pueblo.
"Citlalli," dijo Ixchel, su voz un susurro áspero como las hojas secas. "Ha llegado el tiempo. La Marca se ha manifestado."
Citlalli no entendía. "¿La Marca? ¿De qué habla, abuela Ixchel?"
Ixchel señaló una pequeña marca de nacimiento en la muñeca de Citlalli, una espiral tenue de color rojizo que antes no había notado. "Es el Sello del Quinto Sol. La señal de que el ciclo está llegando a su fin. Tú, niña, eres la Portadora."
Las palabras de Ixchel resonaron en el aire bochornoso. La Portadora. ¿De qué? Ixchel le explicó las antiguas leyendas, olvidadas por la mayoría pero aún susurradas en las noches de luna llena. Cada cierto tiempo, el equilibrio del mundo se rompía, y una figura era elegida para desencadenar la purificación, el fin de un ciclo y el comienzo de uno nuevo. Esa figura era la Portadora del Apocalipsis.
Al principio, Citlalli se negó a creerlo. Ella era solo una joven de El Colomo, ¿cómo podía ser responsable del fin del mundo? Pero a medida que los días pasaban, extraños sucesos comenzaron a ocurrir. Las cosechas se marchitaban sin razón aparente, los animales se comportaban de forma errática, y una sensación de inquietud se extendía por el pueblo. Los sueños de Citlalli se volvieron más vívidos, más aterradores.
Ixchel la guio, mostrándole antiguos códices y enseñándole los rituales olvidados. Citlalli aprendió sobre los Cuatro Soles que habían precedido al suyo, cada uno terminado por una catástrofe. Ahora, el Quinto Sol se tambaleaba, y ella, sin quererlo, era el catalizador.
El poder comenzó a manifestarse en ella de formas sutiles al principio. Podía sentir las emociones de las personas a su alrededor con una intensidad abrumadora. Las plantas parecían inclinarse hacia ella, y el viento susurraba secretos en su oído. Pero a medida que el tiempo avanzaba, el poder crecía, volviéndose más incontrolable, más peligroso.
Una noche, una terrible tormenta azotó El Colomo. Los rayos caían cerca, el viento aullaba como un animal herido, y el mar bramaba con furia. Citlalli sintió una conexión profunda con la tormenta, como si fuera una extensión de su propia angustia. Sin quererlo, un grito de desesperación escapó de sus labios, y un rayo particularmente potente impactó un viejo árbol cercano, partiéndolo en dos.
El miedo la invadió. Su poder no solo era real, sino destructivo. ¿Cómo podría controlar una fuerza capaz de acabar con el mundo?
Ixchel la llevó a una antigua cueva en las montañas cercanas, un lugar sagrado donde los Portadores anteriores habían buscado guía. Allí, Citlalli se enfrentó a visiones de los posibles futuros que le esperaban. Podía elegir la destrucción total, un final rápido y doloroso. O podía buscar otra vía, un camino más difícil, un sacrificio que nadie antes había considerado.
En lo profundo de la cueva, Citlalli comprendió que el Apocalipsis no era necesariamente un acto de aniquilación, sino una transformación. El fin de un ciclo permitía el comienzo de otro. Su papel no era solo destruir, sino también dar paso a la renovación.
El camino que eligió fue el del sacrificio. No un sacrificio de vidas, sino de su propia existencia como la conocía. En un ritual ancestral, guiada por Ixchel y los ancianos del pueblo, Citlalli canalizó el poder del Quinto Sol, la energía latente del cambio. No desató la furia destructiva, sino una onda de transformación que recorrió la tierra.
El Colomo no se desintegró. El sol siguió saliendo. Pero algo había cambiado. La sequía que había asolado las cosechas terminó con lluvias suaves y constantes. La inquietud en los animales se disipó, reemplazada por una calma profunda. Y Citlalli… Citlalli sintió cómo su conexión con el poder del Apocalipsis se desvanecía, dejando en su lugar una profunda sensación de paz, pero también una tristeza infinita.
La Marca en su muñeca palideció hasta volverse casi invisible. Ya no escuchaba los susurros del viento con la misma intensidad. La Portadora había cumplido su propósito, no con fuego y azufre, sino con una renuncia silenciosa.
En los años venideros, Citlalli vivió una vida sencilla, recordando en secreto el peso que una vez cargó. El Colomo floreció, bendecido por la renovación que ella había propiciado. Y aunque la leyenda de la Portadora del Apocalipsis se desvaneció aún más en la memoria colectiva, en el corazón de Citlalli siempre quedaría la certeza de que, a veces, el verdadero fin del mundo es solo el preludio de un nuevo comienzo, un amanecer después de la noche más oscura. Y en ese pequeño rincón de México, bajo el cielo siempre cambiante, la vida continuó, llevando consigo la silenciosa huella de la joven que eligió la transformación en lugar de la destrucción.
