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domingo, 7 de septiembre de 2025

La cantoña del abismo

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La cantoña del abismo

Los pescadores más viejos cuentan la historia de La Cantoña. No es una sirena de cuentos de hadas, con cabellos dorados y una voz dulce. Los marineros de estas tierras la describen como una criatura de pesadilla, una pesadiza mujer pez con la piel escamosa del color de la noche más profunda y ojos grandes, blancos como la espuma salada. Su aleta caudal es una masa de carne flácida y su cabello es una maraña de algas muertas. Pero su voz, ah, su voz... esa es la verdadera maldición.

Se dice que La Cantoña habita en la grieta más profunda, justo debajo del acantilado que lleva su nombre. Cuando las tormentas azotan la costa y la luna se esconde, su canto se eleva sobre el rugido del viento. No es una melodía de seducción, sino un lamento desgarrador que trae consigo la desesperación de todos los que se han ahogado en esas aguas. Los pescadores que lo han escuchado describen el sonido como un escalofrío que atraviesa el alma, una llamada que promete alivio del dolor y la soledad.

Hace años, un joven y valiente pescador llamado Mateo se burlaba de la leyenda. Era un hombre de ciencia, que confiaba en el motor de su barco más que en viejos mitos. Una noche de tormenta, mientras regresaba a casa con una pesca abundante, un fallo en el motor lo dejó a la deriva cerca de los acantilados. Las olas golpeaban su embarcación con una furia implacable y el aire se llenó de un sonido. No era el viento. Era el canto.

Era una melodía tan triste que le arrancó las lágrimas. Le recordaba a su madre, a sus amores perdidos y a todos los arrepentimientos que había llevado en su corazón. En lugar de sentir miedo, Mateo sintió una extraña paz. El canto prometía el fin de su lucha, un eterno descanso en las profundidades. Siguió la melodía, abandonando el timón, y se inclinó por el costado del barco, buscando la fuente de ese lamento.

Fue entonces cuando la vio. Flotando justo debajo de la superficie, con sus ojos blancos mirándolo directamente. Su boca, llena de colmillos como agujas de pescado, se movía mientras el horrible canto emanaba de sus pulmones. La criatura le hizo un gesto con su aleta, invitándolo a unirse a ella. Mateo, hipnotizado, soltó el bote y se zambulló en el mar, buscando el abrazo de la muerte que el canto prometía.

Pero en el último momento, la cuerda de su red se enredó en su tobillo. Su cabeza se estrelló contra una roca, rompiendo la magia. El hechizo se desvaneció y el horror se apoderó de él. Luchó contra la corriente y el enredo, viendo a La Cantoña desaparecer en las profundidades. Con un esfuerzo sobrehumano, logró regresar al barco y, milagrosamente, el motor volvió a encenderse.

Mateo regresó al puerto con el rostro pálido y el terror grabado en sus ojos. Desde esa noche, nunca más volvió a pescar. Se convirtió en el guardián de las leyendas, advirtiendo a todo aquel que osara desafiar al mar. Ahora es él quien cuenta la historia de La Cantoña, con la misma voz temblorosa que le implora a la gente no acercarse a los acantilados cuando la tormenta ruge.

Porque La Cantoña no quiere devorarte. Lo que ella busca es tu alma atormentada, tu dolor más profundo, para que se una a su coro eterno de lamentos. Su canto es el anzuelo y tu tristeza, el cebo. Y una vez que la escuchas, eres uno de los suyos para siempre.

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