Se cuenta entre los viejos lobos de mar, con las voces bajas y las miradas clavadas en el horizonte, la leyenda del Día del Gran Oleaje, la noche que el mar se volvió carne. El barco pesquero, el Aurora, navegaba bajo una luna negra y enfermiza, cuando las aguas, normalmente dóciles, comenzaron a hervir con una agitación violenta. No era una tormenta, sino una fuerza subterránea, una presencia opresiva que subía desde el abismo marino.
De repente, una figura colosal rompió la superficie. No era la criatura de los cuentos de hadas; era una monstruosidad anfibia, la verdadera sirena del horror. Su torso, pálido y fibroso, estaba coronado por un rostro que era una máscara de furia primordial, con ojos que brillaban como brasas incandescentes y una boca hendida en un grito mudo y ensordecedor.
La parte inferior era una espiral de escamas negras y membranas, terminada en una cola con púas óseas que golpeaban el casco con una fuerza demoledora. El capitán gritó una orden inútil, pero el terror ya había paralizado a la tripulación. El aire se llenó de un hedor a algas podridas y azufre, mientras la criatura soltaba un aullido gutural que no era de canto, sino de pura depredación.
El ataque fue un caos sangriento. Las garras afiladas de la sirena se hundieron en la madera del Aurora, abriendo una brecha fatal. Los hombres, presas de un pánico visceral, saltaban por la borda, solo para ser engullidos por las fauces de sombra de la bestia o arrastrados por los tentáculos invisibles de las profundidades.
Solo quedó un testigo, un joven grumete que se aferró a un pedazo de mástil hasta el amanecer. Juró que el clamor de la sirena no era una melodía de seducción, sino un aullido de conquista, la voz implacable de un océano que había decidido reclamar lo que era suyo. Y así, la leyenda del Aurora y su encuentro en aquella noche de terror en alta mar se convirtió en la advertencia sombría de que hay cosas en el mar que es mejor no despertar.

Me encantó está historia
ResponderEliminarque bien
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