En el corazón de la ancestral aldea, oculta entre nieblas eternas y bosques olvidados, la gente no temía a los fantasmas comunes; temían al Ciclo de Hallowmas, la noche en que dos poderes primordiales se encontraban para decidir el destino de la cosecha. Esta leyenda, grabada en piedras rúnicas y narrada solo en tonos graves y bajos, se conoce como el Juicio de Medianoche.
Se dice que el Jinete Calabaza no era un espectro, sino un antiguo guardián de los campos, un hombre que se había fusionado con el espíritu de la última cosecha para protegerla. Llevaba una calabaza gigante y dentada como yelmo, que no ardía con fuego, sino con una luz verde y malsana, el fulgor espectral de la vida vegetal. Cabalgaba un corcel negro, cuyos cascos no emitían sonido, sino un golpe seco y sordo en la tierra húmeda. Su misión: sellar las puertas entre los mundos con su hoja de obsidiana.
Pero el Jinete tenía un némesis, la Bestia de Luna Llena. No era un lobo, sino una aberración bípeda de músculos tensos y pálidos, con una cabeza que parecía un cráneo canino despojado. Sus ojos, discos de un ámbar enfermizo, ardían con una furia elemental. La Bestia era la encarnación del hambre, el apetito insaciable de la naturaleza salvaje que buscaba devorar la abundancia del pueblo.
La Noche del Juicio llegaba cuando la luna, grande y terrible, alcanzaba su punto más alto. La confrontación ocurría en la Plaza de los Sacrificios, un claro circular donde la tierra se negaba a crecer. La oscuridad era palpable, solo rota por la luz verde del Jinete.
El Jinete Calabaza aparecía, su silueta impávida ante la destrucción. Poco después, un aullido gutural y profundo, un clamor de depredación, anunciaba la llegada de la Bestia. El combate no era un duelo de destreza, sino una colisión de fuerzas cósmicas. El acero gélido de la espada del Jinete se estrellaba contra las garras afiladas y negras de la Bestia, un estruendo brutal que resonaba en los valles.
La Bestia de Luna Llena luchaba con una frenesí salvaje, impulsada por una necesidad primigenia, mientras que el Jinete mantenía una defensa metódica, un sello ineludible. Los aldeanos, encerrados en sus casas con maderas de protección, solo escuchaban los golpes secos del acero y el jadeo grave y sordo de la Bestia. Si el Jinete vencía, el pueblo conocía la prosperidad. Si la Bestia triunfaba, la cosecha se pudría en el campo.
La leyenda concluye que el Jinete siempre gana, pero su victoria es una tregua temporal. Al amanecer, ambos desaparecen sin dejar rastro, dejando solo huellas amorfas en la tierra y un frío letal que persiste hasta el mediodía. El pueblo sabe que la lucha fue real, y que en la próxima Noche de Hallowmas, el Juicio de Medianoche se repetirá.
