La comarca de Dustan vivía bajo el azote de un mal que no era la sequía, sino el hambre implacable. Sus campos de maíz no crecían rectos y dorados, sino que eran un maizal retorcido, de un verde enfermizo que prometía miseria. Los ancianos de la aldea recordaban el Pacto del Brote, una alianza antigua y oscura hecha para garantizar la abundancia, que había generado una deuda terrible con lo que moraba bajo la tierra.
El jefe Tlaca, desesperado por la inminente inanición, reunió al pueblo. Debían pagar. La ley ancestral exigía los niños primogénitos para cumplir el ritual infame y asegurar que la cosecha se mantuviera. Ante la elección entre la extinción total y el sacrificio horrible, los padres aterrorizados aceptaron. Diez niños fueron llevados al centro del campo, un parche de terreno oscuro donde nada crecía correctamente.
Cuando el sol se ocultó, un silencio abrumador cayó sobre Dustan, más pesado que el luto. Los niños fueron entregados al maíz. Durante la noche, el cambio monstruoso comenzó. Sus cuerpos se transformaban. Las madres que observaban desde lejos contaron que la piel se agrietaba y se fusionaba con las plantas. Sus brazos se convirtieron en tallos afilados y sus huesos se doblaron para imitar la forma de las mazorcas.
Al amanecer, no quedaban niños. Solo diez criaturas deformes de maíz y carne. El campo había cobrado su peaje, y aunque la cosecha de ese año fue abundante y macabra, un mal innombrable había nacido. Los rostros infantiles, vacíos y pálidos, observaban al pueblo con una mirada vacía.
Ahora, cada cosecha sangrienta se realiza bajo la vigilancia de esos seres. Cuando el viento bramó, los granjeros escuchaban los gritos de pánico de aquellos que se acercaban demasiado. Los niños del maíz no son protectores, sino guardianes que exigen obediencia y que tienen una sed de vida inagotable. Ellos son la condena eterna de un pueblo condenado por su avaricia. Su leyenda viviente dice que siembran el pánico y esperan pacientemente que, cada verano, el hambre fuerce a una nueva familia a unirse a su destino atroz.
