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miércoles, 8 de octubre de 2025

Un pasado oscuro

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Un pasado oscuro

El espejo me devolvía un rostro deshilachado, no por el tiempo, sino por la erosión implacable de los recuerdos. Ya no sé si soy el hombre que se afeita o la sombra que se esconde tras el vidrio. La locura no llegó como un golpe; fue una filtración lenta, un goteo constante que pudrió las bases de mi realidad hasta que todo se sintió elástico y deforme.


Hay un punto negro en mi memoria, una cicatriz mental que evito tocar. Es allí donde reside el pasado oscuro, un evento que no se deja nombrar, pero que ha dejado su huella indeleble en el tejido de mi ser. Los doctores lo llaman amnesia selectiva; yo lo llamo el guardián de la cordura, el último bastión antes de la disolución total.


En las noches, cuando las luces de la ciudad se vuelven ojos amarillentos que me miran, los fragmentos comienzan su danza macabra. Son imágenes sin contexto, figuras sin rostro que ejecutan acciones que desafían la moral y la lógica. Veo paredes cubiertas de moho, el brillo metálico de un objeto afilado, y siempre, la sensación gélida de una presencia no invitada.


He intentado armar el puzle, pero las piezas no encajan. Si fuerzo un recuerdo, el mundo se deforma grotescamente: las paredes respiran, el suelo se convierte en un pantano de sombra, y mi propia voz suena como un grito ajeno resonando en una cámara vacía. Para evitar la fusión total con el caos, debo mantenerme en la superficie frágil de la realidad.


Mi vida se ha convertido en un ritual obsesivo. Cuento los pasos, las grietas en el techo, los segundos entre respiraciones, para mantener el orden artificial. Si dejo de contar, el silencio se apodera de todo, un vacío ensordecedor que sé que está lleno de las voces de mi mente, esperando a ser liberadas. Es en ese silencio donde el otro comienza a moverse.


Porque sí, hay otro. Una personalidad parásita que vive en el lado oscuro de mi conciencia, que sabe lo que hice, lo que se esconde en el pasado oscuro. A veces, siento su fuerza implacable tomando el control: mis manos actúan por sí solas, mis ojos miran con una malicia desconocida. Es el custodio de mi locura, el reflejo maldito de un yo que se atrevió a cruzar una línea de no retorno.


Sé que el colapso es inminente. El muro delgado que separa mi realidad de la anarquía mental se está desmoronando. No hay terapia, ni medicamento, que pueda extirpar la raíz de la locura que nació de aquel evento atroz. Solo queda la espera silenciosa del momento en que el pasado oscuro se convierta en mi único y horrible presente.

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