El doctor Alistair Finch había construido su vida sobre la solidez del intelecto, despreciando el folclore y lo sobrenatural. Su experimento era simple: exponer la mente humana a un oscuro absoluto, una privación sensorial total que iría más allá de cualquier cámara de aislamiento. Buscaba la verdadera base de la alucinación, el punto de quiebre donde la razón se rendía. Su sujeto, un hombre anónimo con una mirada opaca, fue sellado en el cubículo.
Las primeras horas fueron de monotonía abrumadora. Los monitores mostraban un patrón constante de actividad cerebral lenta. Luego, el cambio. El electroencefalograma se convirtió en un pico frenético, una convulsión eléctrica que me hizo saltar de mi silla. El sujeto no gritaba, pero su frecuencia cardíaca se disparó a niveles peligrosos.
Activé el intercomunicador. Mi voz, un sonido hueco y amplificado, rebotó en el cubículo: "¿Qué ve? ¿Qué está pasando?".
La respuesta vino, no como una voz, sino como un gemido grave y gutural, un estertor de pánico que vibraba en el auricular. "Nada... solo... la ausencia de todo," articuló el sujeto, su voz rota por el terror. "Pero no está vacía. Tiene forma. Una forma de negrura."
La actividad cerebral se disparó de nuevo, indicando un horror primordial. Lo que mi sujeto estaba viendo en el vacío total no era una alucinación por falta de estímulos, sino una presencia real que se había manifestado en la oscuridad absoluta.
"Me está mirando," dijo, su aliento se aceleró hasta convertirse en un jadeo constante. "No tiene rostro, pero... la fuerza de su juicio me está aplastando. Es... la suma de la nada."
Yo miré el monitor de vídeo, una pantalla negra que no mostraba más que el interior del cubículo. Pero mis ojos comenzaron a jugar. En el centro de la negrura, vi un punto de sombra más densa, una mancha que se movía con una lentitud deliberada. Era una oscuridad viva, un parásito de la luz que había encontrado su hogar.
El sujeto lanzó un aullido seco y desesperado, un sonido quebrado que no era humano. "¡Está aquí! ¡Viene por la... por la cosa que me mira!"
El monitor de ritmo cardíaco se aplanó en una línea mortal. El sujeto había muerto. Abrí la puerta de emergencia con un golpe metálico, inundando el cubículo con luz. El hombre yacía en el suelo, sus ojos abiertos y vidriosos mirando hacia el techo. Pero lo que me heló la sangre fue el frío letal que emanaba del cubículo, un aliento glacial que persistía a pesar de la luz.
Y al observar su rostro petrificado por el terror, vi que sus ojos no miraban al techo, sino a través de él. Habían tenido una mirada al vacío, y el vacío, de alguna forma, les había devuelto la mirada. El experimento había terminado, pero la sombra de la negrura se había alojado en mi mente.
