Desde el comienzo de los tiempos, se estableció el día del reencuentro, un momento en que la barrera entre los mundos se hacía tan delgada como una hoja de papel de arroz. Malinali, una joven con ojos del color naranja de la flor de cempasúchil, era la elegida para supervisar esta comunión. Su tarea era asegurar que El Puente de Luz, tejido por los pétalos dispersos, se mantuviera firme para guiar a los difuntos.
Un año, al inicio de la celebración, Malinali notó que la intensidad de la flor estaba opaca. La gente viva había olvidado detalles importantes; se conformaban con las cenizas frías, descuidando el verdadero significado. El camino al Mictlán, el hogar de los muertos, se estaba volviendo borroso. Malinali supo que, si la memoria vital de los parientes se extinguía, el portal se cerraría para siempre.
Decidida a evitar el desastre final, Malinali emprendió una ardua misión. Llevando un sahumerio sagrado y un puñado de tierra fértil, se dirigió al punto donde la luz lunar se encuentra con la oscuridad del suelo. Su objetivo era llegar a la fuente del el Sendero Florido y reavivar su potencia. Este sería un viaje peligroso que la llevaría a las puertas de el Inframundo mismo.
En su travesía por el mundo de abajo, encontró un paisaje sombrío, donde las almas en pena erraban buscando un punto de retorno. Finalmente, se encontró con La Dama de la Noche, la guardiana de los Nueve Ríos. Esta figura ancestral no era malvada, sino una prueba. Ella le presentó un desafío: debía nombrar a diez antepasados olvidados por el mundo moderno, aquellos cuyos los Nombres Perdidos no habían sido invocados en generaciones.
Malinali cerró los ojos y se concentró en la ofrenda mayor: su propio corazón. Ella no era una erudita de tumbas, sino una tejedora de amor. Comenzó a hablar no de datos, sino de sensaciones: el sabor del mole de la abuela, el sonido del tambor del bisabuelo, la tela de un rebozo. Al final de cada recuerdo, una chispa brotaba de su propia sangre.
Cuando terminó su relato, ocho de las diez almas aparecieron en un destello dorado a su lado. La Dama de la Noche sonrió. No importaban los nombres, sino la perseverancia. Malinali había demostrado que el fuego interior del amor familiar era la verdadera energía del puente.
El El lazo restaurado se manifestó en un haz de luz radiante que subió a la superficie. Los pétalos de cempasúchil volvieron a brillar con fuerza. Malinali regresó con un pacto de amor y la promesa anual de no olvidar jamás. Desde ese día, Malinali es conocida como Malinali la Guardiana, la mujer que salvó el Día de Muertos.


